TEtl éxito policial que ha culminado con la detención de Mikel Antza se inscribe con letras de oro en las páginas de la desarticulación progresiva de la banda terrorista. Desde hace años, el declive de la organización era evidente e inevitable. En la Europa posterior al atentado del 11-S, la vida de ETA tenía que ser incómoda hasta hacerse inviable. Ahora, con la magnitud de la operación policial, ETA ya no tiene oxígeno para poder sobrevivir.

Es hora de administrar la organización de la paz en el País Vasco, porque en la medida en que el chantaje de la existencia misma del terror era un factor de disociación de la política, la desaparición de ETA --que ya es un hecho, independientemente de los coletazos que pueda proporcionar la bestia antes de certificar su defunción-- permite que cada opción política y cada proyecto se mida sólo por sus propias fuerzas y, al mismo tiempo, nadie se sienta amenazado por manifestar y defender sus ideas.

Toda la sociedad vasca tiene que analizar con inteligencia el final de la historia de ETA para no desaprovechar ninguna de las contingencias que proporciona. El nacionalismo que se identificaba con ETA, tiene por delante el inmenso trabajo de aprender que sólo con la herramienta de la democracia se puede intervenir en la vida política. Y las fuerzas no nacionalistas tendrán que entender que sólo desde la grandeza de la reconciliación se puede construir un País Vasco en el que se sientan cómodos todos. Este espíritu abierto que permite el desarrollo de las relaciones políticas en libertad, gracias a la desaparición de ETA, requiere dosis extremas de inteligencia y de grandeza.

Desaparecidos del primer plano de la escena política Arzalluz y Aznar , hoy comienza a dibujarse la paz y la normalidad democrática como necesariamente realizables.

*Periodista