A veces nos parece que vivimos en un mundo distinto, sorprendente y original, que en nada se parece al de nuestros padres y abuelos. ¡Hombre, ya estamos en el siglo XXI!. Solemos afirmar, cuando se comparan nuestros problemas con los de tiempos precedentes. Aunque, en el fondo, si analizamos con precisión los elementos del paisaje actual y le comparamos con los elementos y detalles del que dominaba en aquellos tiempos pasados --que siempre parecen mejores, según nos dijo el poeta-- veremos las tristes similitudes que se esconden debajo de las apariencias, dando la sensación de que hemos despegado, aunque en los aspectos esenciales y básicos sean muy escasos los avances sobre los modos de vida de hace siglos.

En estos días, un tanto dislocados, del siglo XXI, sigue habiendo hambre, desesperanza, pobreza y desahucios, como los había ya incluso antes de la Edad Media. Y en estos tiempos dislocados de informática e internet siguen existiendo las injusticias, los abusos y las desigualdades que siempre enturbiaron las relaciones entre los ricos y poderosos con los pobres y desdotados que llenaban pueblos y ciudades en todos los continentes y países.

Ni los buenos deseos de caridad e igualdad ante el Supremo Hacedor, que predicaban los cristianos; ni la justicia distributiva e igualitaria por las que luchaban las élites revolucionarias a lo largo de los siglos, han cambiado este violento esquema social, que sigue estando plenamente vigente en la sociedad actual; aunque afectando cada vez a mayor cantidad de gentes. La única diferencia, quizá, es que en la Europa medieval --cristiana y algo ingenua-- estaba prohibida la práctica de la usura, bajo graves acusaciones de "pecado mortal" contra el séptimo mandamiento, y no estaba permitido prestar dineros o dar créditos cobrando intereses; pues se consideraba entonces que se estaba cometiendo un robo.

XEN AQUELLOSx tiempos, fueron las comunidades hebreas o judías, repartidas en sus "aljamas" por todas las ciudades del continente, las que ejercían estas funciones financieras entre los campesinos, artesanos y familias, que siempre acababan arruinados y desalojados de sus posesiones por la propia justicia real. También los reyes, nobles y jerarcas cristianos se veían envueltos en estas redes crediticias, a las que protegían y cuidaban, porque ellos mismos debían a los prestamistas israelitas millones de maravedíes, que no les podían liquidar.

Incluso tan nobles caballeros como fueron los templarios, después de liquidar a los judíos en las Cruzadas, por ser "deicidas" y herejes, se dedicaron también al saneado negocio del crédito, sin remorderles la conciencia; ni por una cosa ni por la otra.

Actualmente, después de perseguir, expulsar y aniquilar en campos de concentración a los hebreos europeos, esta delicada misión la ejercen los banqueros, pero sus resultados y consecuencias siguen siendo las mismas: abusos y ruina de las familias pobres, desahucios de sus viviendas y talleres, marginación de las gentes que no puedan pagar crecidos réditos para vivir o para trabajar, etc. contando siempre --eso sí-- con el concurso y cooperación de las instancias del poder, de la judicatura e incluso de la Iglesia, para que los nuevos "prestamistas" lleven su negocio hasta las últimas consecuencias recaudatorias.

Esta discutible y deleznable ética financiera --que en nada se parece a la moral cristiana que está formulada en la Ley de Dios-- no impide a muchos de sus defensores y practicantes asistir a misa todos los domingos y fiestas de guardar, echar perras en la hucha que pasa el monaguillo e, incluso, hacer algunas donaciones caritativas para las campañas en favor de los negritos del Africa tropical.

Más que "judaizar", como se decían antiguamente, lo que hacen estos peculiares cristianos, es "fariseizar" sus prácticas religiosas, tomando a la Etica Cristiana solo por el lado que los favorece, y solamente en aquello que no les acusa y condena. Como es evidente y notorio, todos estos personajes y entidades bancarias que ejercen la usura con el mismo desparpajo y eficiencia que los antiguos "judaizantes", gozan de la protección y simpatía de los poderosos y de la propia Iglesia; que ya ha olvidado las palabras de Jesús de Nazareth , en las que los comparaba a "sepulcros blanqueados".