La ceremonia de ayer en Atenas no fue la brillante ocasión que hubiera debido ser. En los últimos tres meses han ocurrido muchas cosas, en Europa y fuera de ella, que han comportado un cambio sustancial en las relaciones en el seno de los Quince, y entre éstos y los 10 países aspirantes. Ayer fue la ocasión para recomponer algunos de los desaguisados. Pero la Unión Europea que asoma al mundo en Atenas y que se configurará definitivamente en mayo del 2004 tiene, pese al triunfalismo de los discursos pronunciados, muchos problemas por resolver, desde las reformas institucionales y la Constitución, hasta la política exterior y de defensa.

En un primer paso, cuatro países que han estado en trincheras distintas por la guerra de Irak (Reino Unido y España a un lado, y Alemania y Francia, al otro) concertaron un documento para adjudicar a la ONU un papel central en la reconstrucción política de Irak. Algo de lo que hay que felicitarse, pese a la hipocresía de quienes la soslayaron para ir a la guerra o apoyarla. Pero el problema de fondo que esta crisis ha agravado --y la ampliación puede amplificar-- es el del verdadero sentido de la UE: unión económica sólo o unión política, y los tiempos no están para mucha política.