Muchas de las grandes catástrofes de nuestro tiempo se explican a través del ‘error humano’. Si seguimos el hilo de las explicaciones técnicas de las causas en accidentes, incendios o sucesos de esta naturaleza, es fácil encontrar un punto de fuga en el factor humano. El componente de aleatoriedad que, aparentemente, muestran ese tipo de eventos no suele estar presente en las decisiones económicas o en la definición de políticas. Aparentemente (de nuevo), confluyen en su diseño dos factores, la estrategia y la perspectiva en el análisis, que reducen al mínimo las ‘interferencias’ que introduce el comportamiento individual. Sólo que no puede ser así. Y no lo es porque siempre existirán sesgos en esa tarea: nuestra experiencia anterior y nuestra limitación para entender lo que no ha ocurrido antes.

Previamente a la ‘gran crisis’, muchos países se enorgullecían -entre ellos, España- de contar con un férreo sistema de controles y contrapesos (lo que los anglosajones llaman ‘check and balances’) que reducían las posibles fallas. Entre los mismos, se encontraban las regulaciones bancarias, las provisiones sobre créditos, los criterios internos de políticas de riesgos y la labor de los supervisores. Es decir, todo lo que precisamente saltó por los aires cuando la crisis ‘subprime’ se demostró una enfermedad de todo el sistema, que contagió el funcionamiento de las economías nacionales. En realidad, lo que ocurrió fue algo muy humano y repetido en la historia: un exceso de confianza. La reacción inicial siempre es a través de la norma. Regular para evitar que en el futuro que se produzcan otra vez errores ya cometidos. De partida, como una medida defensiva. Y después, porque esto suele generar una la ilusión de control sobre el mercado que obvia que, realmente, está formado por todos en nuestras decisiones financieras diarias. Y de esa manera se genera una confianza en que se reestablezca el equilibrio en el sistema. Es una tranquilidad ficticia, porque esa regulación no anticipa ningún problema que pueda brotar, incluso, de las propias soluciones diseñadas.

No me gustaría ser ningún apóstol de la crisis por venir. Tampoco caeré en ese error de negar la posibilidad de una nueva crisis por el simple hecho de que se habla mucho (ahora) de ella, lo que la convertiría en la primera recesión ‘televisada’ de la historia reciente. Eso parece suponer que, por ser sumamente avisada, no se va a producir. No caeré en eso porque creo que se están sincronizando dos excesos que pueden ser el origen o del detonador de una prolongada inestabilidad financiera. Justo el primero es un exceso de confianza. Y el otro, el exceso de liquidez.

Teniendo en cuenta que llevamos una época de inyecciones constantes de liquidez por los bancos centrales y de políticas monetarias ultraflexibles, lo intuitivo sería negar que la liquidez llegase a ser un problema en los mercados financieros. ¿Si no ha habido nunca una masa monetaria tan amplia (dinero en circulación), cómo va a venir el problema por el lado de la falta de liquidez?

En España no se le ha dado excesiva publicidad, pero en Londres ha sido preocupación que dos gestoras (H20 y Woolford) hayan sufrido recientes tensiones para atender las peticiones de liquidez de sus clientes.

Y, ¿por qué se produce esto? Pues porque al existir bajos tipos de interés y fácil liquidez mucha de la inversión se ha ido a activos poco líquidos (por ejemplo, el sector inmobiliario). Activos que, en caso de tener que pagar algo mañana, no ‘valen’. Es como si contarás con mucho patrimonio pero ni un euro en el bolsillo: para pagar el café no te vale. Es una cuestión de ajuste temporal, pero que en una situación de alarma puede disparar un pánico financiero.

Lo que nos ha otorgado la confianza en las actuales condiciones financieras es el germen de un nuevo problema. Y ya hemos vivido como, en medio de una situación de emergencia, la liquidez desaparece con una asombrosa rapidez. Es humano pensar que habrá alguna forma de ‘autoajuste’ que permita que la liquidez no sea problema. Pero, en la solución está la trampa. El ‘shock’, sí, vendrá por la liquidez.