Mi amigo Miguel, cirujano de prestigio que ejerce fuera de la región desde hace muchos años, me espetó en un día de comida propio de estas fechas lo siguiente: «José, es increíble. No había estado nunca en el Centro de Cirugía de Mínima Invasión de Cáceres y me he quedado alucinado. Es de lo mejor de Europa, y conozco muchos centros de esta clase, el último de ellos el de Estrasburgo, que no le llega ni a la suela de los zapatos».

Sus palabras me llenaron de orgullo. A él, como cacereño y extremeño de pura cepa, se le notaba emocionado, lejos de su pasional y proverbial amor a su tierra. Mi viejo amigo cirujano reivindicaba lo nuestro --lo suyo también-- y yo, que de cuestiones técnicas de la materia estoy bastante alejado, hago lo propio.

Las loas hacia el Centro de Cirugía de Mínima Invasión no son nuevas, pero ésta concreta me ha llegado al alma. Pero también percibo que quizá no estemos valorando aquí lo que tenemos lo suficiente y que la inversión realizada en su día, además de la impagable labor de Jesús Usón, no la sepamos ‘vender’ como merece. Y la reflexión puede llegar a ser, en mi opinión, más profunda, e ir más allá: ¿explotamos bien los extremeños lo nuestro?

En esto sí que estoy convencido de que no. Nos quejamos mucho y hacemos poca fuerza con lo que realmente nos debería interesar. Seamos autocríticos entonces

¿Qué podemos esperar de una región que apenas ha salido a la calle por la tremenda discriminación ferroviaria o que, por mirarnos aún más al ombligo, pasamos de largo por la proverbial injusticia, ratificada hace poco tiempo, de que para la autovía Cáceres-Badajoz no hay un euro para este mismo año?

Enfrentémos a la realidad: somos conformistas, poco comprometidos y, por ende, conseguimos menos que el resto. Fijémonos pues: Cáceres, Mérida o Trujillo son espectaculares porque ya nacieron así.