Quien no haya pisado el Rocío y sólo lo conozca a través de las sesgadas informaciones e imágenes de las revistas y programas del corazón, podría llegar a la creencia de que aquello es una concentración de famosos y aspirantes a serlo, de personajes más o menos populares con modesta casita en la aldea, de estirados señoritos pavoneándose por las arenas, de figurantes hartos de güisqui y de personajillos mediáticos asomando el pescuezo de sarao en sarao, de paparazzis buscando el pelotazo de una foto comprometedora. En fin, de una magnífica excusa campera para despistarse unos días y correrse una juerga a costa de una tradición con ciertas reminiscencias religiosas , convertida en un evento lúdico-festivo muy divertido y muy nuestro . Y sin negar que bastante de eso hay, porque la asistencia es libre, la imagen que nos proyectan muchos medios de comunicación es falsa: omite el elemento fundamental.

Porque si sólo eso fuera el Rocío, carecerían de sentido las Hermandades y peregrinos, el silencio de tantos romeros anónimos que marchan detrás de su Simpecado, los sacrificios e incomodidades del camino, el rosario a media tarde y las oraciones hechas canción, las promesas y las lágrimas, los nudos en la garganta y los pellizcos en el corazón. Incluso estaría de más el Santuario y su Señora; aquélla que con su vida nos dio ejemplo de generosidad, servicio, entrega, sencillez y humildad. Justo lo contrario de toda esa pasarela y escaparate de vanidades en que algunos pretenderían transformar el Rocío.

Miguel Angel Loma Pérez **

Correo electrónico