TEtn doquier esquina te encuentras a un fanático dispuesto a quitarte la vida. La irracionalidad destroza y aniquila. Nos gustaría ser optimistas, pero el enfrentamiento es bien patente ¿Qué hacer frente al desconsuelo de la masacre? Sólo hay una manera de salir de esta cruz diaria, la de educar para la vida. Una inoportuna y torpísima educación, sin ética alguna, en vez de sosegar lo que hace es increpar. La mejor alianza que pueden transmitir las democracias, es la del ejemplo, que pasa por el tributo más fiel a toda forma de pensamiento, siempre y cuando el ser humano sea lo primero a considerar. Sucede que los fanáticos, al igual que aquellos que manejan los hilos del fanatismo, se han doctorado en universidades ubicadas en sociedades industriales avanzadas. La permisividad, el poco respeto a la autoridad del enseñante y a la sociedad misma, ha confundido la libertad con el libertinaje, el derecho a tener todos los derechos y pocos deberes. Esto debe hacernos pensar. Sabíamos que la institución universitaria generaba parados, pero lo que no podíamos imaginar es que cosechara tantos titulados sin escrúpulos, algunos --a juzgar por sus acciones u omisiones-- verdaderamente tarados. Los agricultores, siempre más sabios que los doctorandos, saben bien que para que se produzca una buena cosecha tiene que darse una buena siembra y un exigente cuidado.

A juzgar por la colección de fanáticos, crecidos en universidades demócratas, las aulas parece que han dejado de ser lugares para formarse. ¿Dónde ha quedado su razón de existencia, la de ser un instrumento eficaz de transformación social al servicio de la libertad, igualdad y progreso social? Es un total contrasentido formar para deformar. Por consiguiente, la primera alianza entre naciones ha de ser la educativa. Cuestión difícil pues, hasta entre nosotros, cada comunidad autónoma se mueve a su capricho, obviando de sus planes docentes, que la educación no es más que una evolución en la conciencia, en la ética de los instintos y en la estética de los modales.

Para ser constructores de paz es necesario ante todo alimentar otras sabidurías, más del corazón; y, alentar otras sensaciones, más del amor ¿Cuántas universidades forman hoy para ser rectos y claros en el pensamiento, en la acción y en el diálogo con los demás? Si el amor, que es el signo distintivo de los que han ganado la cátedra de la existencia humana, en lo único que merece la pena titularse, se tradujera en gestos de servicio gratuito y desinteresado, en palabras de comprensión y de perdón, estoy seguro que la ola de fanatismo se quedaría sin mar donde beber el veneno.

*Escritor