Esta mañana fría nadie conoce a nadie que haya pensado siquiera en hacer algo así. Saltar de la cama, pegarse un baño, calzarse los zapatos y enfriándose el café ardiente, calcular a qué hora bajará esta noche, helada, otoñal, pero estrellada, a finalizar la tarea, ese cachorrito negro y blanco con un rabito corto y los ojos con un brillo amarillento.

Ningún hombre ni mujer sabe quiénes son las mujeres y los hombres que hacen cosas como éstas. Lo saben los contenedores de basura, los pozos, los ríos, las carreteras vacías y las esquinas sombrías, las cajas de cartón escarchadas. Y las sociedades protectoras de animales.

Por favor, no arroje cachorros en el contenedor. En 1977 la Liga Internacional de los Derechos del Animal adopta y proclama en 1978 la Declaración Universal de los Derechos del Animal, posteriormente aprobada por la Unesco y por la ONU. ¿Parece una buena razón?

Tiene la declaración 14 artículos que hablan sobre dolor, tortura, maltrato, explotación o muerte. Todas las autonomías del país tiene su Ley de Protección Animal y cada pueblo y ciudad, el deber de cumplir y hacerla cumplir. ¿Resulta razonable?

Nadie reconocería a nadie cometiendo, pues, este delito, Pero tienen un nombre y varios apellidos y carnet de identidad y no hacen ruido al andar... y, después, vuelven a casa y dejan que la calefacción siga caldeando la habitación de estos seres humanos de inmensa ignorancia y de manifiesta mezquindad.

María Francisca Ruano **

Cáceres