Dentro del panorama coloquial, social y hasta costumbrista de aquellos lejanos tiempos en Cáceres, como en todas partes, circulaba un modismo que se conocía como La Fila de los Mancos en los cines. Y que algunos, probablemente, recordarán con sus lagrimillas de emoción, con sus sonrisas de ironía y por qué no, con su torrente de cálidos recuerdos al amparo de los amores juveniles. Se conocía con el sobrenombre de la Fila de los Mancos a la última fila de las salas cinematográficas. Y en las que, al no haber espectadores detrás, las parejas, los novios y los apetitosos de relaciones afectivas, podían desenvolverse, en sus muestras de cariño, con bastante más soltura y libertad.

Las entradas de dicha Fila, al calor de los deseos de muchos jóvenes, era de las primeras en completarse para las sesiones de media tarde de sábados y domingos. Desde el Capitol al Norba y desde el Gran Teatro al Coliseum pasando por el Astoria. En dicha fila las parejas, los novios, los aspirantes con clara vocación a irse emparejando, iban llevando a cabo sus acciones estratégicas en función de la correspondencia y respuesta por parte de la chica. Si bien parecía, en los ámbitos coloquiales, que cuando el joven se hacía con dichas localidades es porque el viento soplaba a favor.

El cine, claro es, albergaba mejores condiciones de cercanías afectivas que pasear en interminables vueltas entre la Plaza de San Juan hasta el final de los soportales de la Plaza Mayor, en verano por el Paseo de Cánovas y el Paseo de Cursilandia, entre adioses, hola, hasta luego, rumores, murmullos y una larga serie de caras conocidas que dificultaban claramente, la cercanía de la afectividad física. Y es que Cáceres era una gran familia en la que nos conocíamos casi todos

Allí, en la Fila de los Mancos, envidiada por muchos, para no engañarnos, se rozaban los codos, se entrecruzaban las manos, se juntaban rodillas, se escuchaban besos, entre tímidos y suaves, con dulces ardores juveniles, y otros más ruidosos, se escenificaban abrazos, a pesar de la incomodidad del brazo de separación entre las butacas... Todo ello con unos alicientes de pasión en los que, evidentemente, el hilo argumental de la película era lo de menos. Faltaría más.

Y se pasaba, por lo general, de las escenas, de las secuencias, de los desenlaces cinematográficos. Acaso porque el cine, en función de las características sociales, se conformaba como un lugar para que las parejas pudieran ir avanzando en sus intimidades. Siempre, claro es, en función de la permisividad de la compañera, que era la que daba más o menos cancha a las incursiones de los jóvenes, anhelantes de mostrar su amor y su pasión por la chica de su vida en relación con los acercamientos físicos.

XCUENTANx algunos relatores de la crónica oral cacereña que en la Fila de los Mancos los había de todo tipo y condición. Los que, nada más apagarse las luces de la sala, tras los ocho o diez minutos de proyección del NO-DO, Noticiarios y Documentales afectos al régimen, obligatorio entre 1942 y 1976, casi no daban tiempo siquiera a que apareciera el león de la Metro Goldwing Mayer, los que pasaban por diversos colores de la cara y cambiaban del rojo al pálido o rosáceo, en función de las circunstancias, los que se pasaban toda la película embebidos en su dedicación a la pareja y no se enteraban de la misa la media, y los que cuando las escenas dejaban mayor luminosidad en la sala atenuaban sus efluvios por si las moscas.

Al final el chico, siempre un caballero acompañaba a la joven hasta las cercanías previstas de su domicilio. Y luego claro emprendía una carrera a todo meter para llegar a casa a la hora marcada por los padres. Entre las diez y las diez y media u once de la noche. Luego, al llegar a casa, con los logros de cada uno en el secreto de sus emociones, había jóvenes que llevaban encima un intenso aroma de colonia, de perfume y hasta de carmín de labios por el cuello de la camisa o en los carrillos y nada más entrar en el domicilio paterno se apuraban al cuarto de aseo tratando de eliminar todo vestigio de su apasionada aventura en la Fila de los Mancos a fin de evitar cualquier tipo de confusas explicaciones familiares.

Unas Filas, las de los Mancos, que de siempre, históricamente, guardaron cualificados secretos de altura de amores, de pasiones, de lágrimas de emoción, de señaladas secuencias emocionales de parejas, y que también forman parte, ¿por qué no?, de las páginas de la historia en la cinematografía cacereña.

Acaso porque por encima de todo estaba el amor y la pasión por mucho que de repente apareciera una semidesnuda y escultural Sophía Loren . O que estuviera próximo el desenlace de aquella peliculaza que era Los Diez Negritos, de Agatha Cristhie , la sala casi entera se estuviera partiendo de risa con Cantinflas en El Padrecito, o muchos estuvieran pendientes del galán cacereño Julián Mateos , natural de Robledillo de Trujillo, en su primer gran papel en el film Los atracadores, en la película El regreso de los siete magníficos o su más brillante papel como Calisto en La Celestina.

O, aún más, aunque la película fuera, por ejemplo, El Tulipán Negro, rodada en buena parte en Cáceres, en 1963, y aparecieran escenas del galán francés Alain Delon, que arrastró pasiones de fervor en la ciudad, descendiendo por la Torre de las Cigüeñas, galopando a todo meter por la Plaza de Santa María, a punto de ser ejecutado en la Plaza Mayor de Trujillo, o la belleza irrresistible de la actriz italiana Virna Lisi en la misma película, o que el NO-DO le dedicara unos minutos a la Batalla de Flores, al Día de la Provincia y a los Festivales Folklóricos Hispanoamerica-nos, lusos, filipinos, de Cáceres. correspondientes a julio de 1965, mientras la inmensa mayoría de los espectadores se emocionaba con las imágenes de la ciudad en la gran pantalla, entre admiraciones y comentarios elogiosos.

La Fila de los Mancos tenía su justificación por encima de todo. Aunque al llegar a casa y te preguntaran por la película, sin mayor interés, el joven o la chica dejaran caer, de forma escueta, que la misma era muy interesante, como toda respuesta. Y es que también es de señalar que la Fila de los Mancos estaba prohibida en los consejos paternos por decencia para las chicas porque, según aseguraban los mayores, no estaban bien vistas las jóvenes que se sentaban en aquella Fila y que marcó una larga historia social en Cáceres. Consejos de los que, en ocasiones, claro es, lógico, porque la juventud es así, se hacía caso omiso. Quizá por rebeldía juvenil.

Hoy, ya, sin embargo, con el paso del tiempo que todo lo devora y todo lo cambia poco a poco ya no queda en pie ninguno de los Cines que tuvieron su histórica Fila de los Mancos, plena de encanto y, como un día me comentara un amigo, de ardor guerrero. Ni el Norba, ni el Capitol, ni el Coliseum, ni el Astoria.