TStonrío escéptico cuando Rajoy saca pecho y emplea la palabra "firmeza" para explicarnos el enésimo capítulo de Gibraltar, convertida ya en la novela del verano. Desde el desastre del 98, España solo ha sido firme en su tendencia a la claudicación, dejando al lado la 'heroica' intervención en El Perejil, en 2002, donde fuimos a rescatar no a unas cabras, como decían algunos agoreros, sino las migajas del poco prestigio militar que nos queda.

Pero Rajoy emplea otras palabras en su diccionario de la claudicación. Habla de "gran malestar", "preocupación" e "inaceptable", vocablos quejumbrosos propios de perdedores. Quienes saben defender sus derechos no sufren malestar, no están preocupados y acaban convirtiendo lo inaceptable en aceptable.

La política exterior de España del último siglo ha sido un desastre, unas veces por exceso y otras por defecto. Para activar esa firmeza de la que habla Rajoy deberíamos exhibir la potencia de un mastín, la serenidad de un carlino y el mal carácter de un yorkshire, y en cambio atesoramos la potencia de un carlino, la (escasa) serenidad de un yorkshire y el carácter de un perezoso y bonancible mastín.

En su pulso contra el Reino Unido, España siempre ha demostrado ser un reino desunido. Como país tenemos grandes virtudes, pero la firmeza en la defensa de nuestros límites territoriales no es una de ellas. Mientras tanto, Cameron ha anunciado en su cuenta de Twitter que la posición británica ante la soberanía de Gibraltar no ha cambiado un ápice, un final previsible en esta consabida novela de verano.