La aprobación del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria marca un punto y aparte en las medidas de rescate del sistema financiero. Se activa un mecanismo ágil y potente para inyectar capital en las entidades financieras que lo necesiten, especialmente las cajas. Nuestras cajas y bancos salieron prácticamente indemnes de la crisis global por no haber invertido en productos estructurados complejos.

Pasada esa primera ola de problemas, llega otra de dimensiones superiores, la generada por el parón económico. Con los números actuales, un puñado de entidades entrará en pérdidas antes de final de año, y unas pocas de ellas tendrán problemas de capital el año entrante. El sistema no está en crisis, pero la opinión pública asimilaría, por poner un número, que una decena de entidades entrase en pérdidas. Por eso ahora es momento de inyectar capital en las que lo necesiten. Pero la ayuda pública no puede crear asimetrías perniciosas. Es necesario ayudar a que se mantenga el sistema, pero no se debe rescatar sin ningún coste a quien no ha sido diligente. Comienza un baile que ahora solo es entre entidades de una misma comunidad, pero antes que después veremos cómo grandes cajas saldrán de sus territorios para avanzar en la necesaria consolidación sectorial.