WLw a retirada de la estatua ecuestre del general Franco de la entrada principal de la Academia General Militar de Zaragoza cumple con la proposición no de ley aprobada por la Comisión de Defensa del Congreso el 9 de febrero del 2005 y, lo que es mucho más importante, adecenta un espacio dominado hasta la fecha por la figura del dictador que desencadenó la matanza y abolió la democracia.

Resulta por lo menos extravagante que el PP opine que la retirada de la estatua es una concesión del Gobierno "a los electores radicales de la izquierda" y, en cambio, no considere un insulto al recuerdo de las víctimas de la guerra civil mantener en lugar preeminente a quien la provocó.

Lejos de "reescribir la historia", como ha dicho un portavoz popular, lo que hace el Gobierno de Rodríguez Zapatero con medidas como esta es reparar los agravios de la historia, aunque sea en dosis homeopáticas, y retirar los últimos rescoldos de la miseria moral que distinguió al franquismo, incluido el culto a la personalidad.

La rigidez de la derecha española, incapaz de despegarse de los peores episodios del pasado, no es nueva. Resultaba anacrónico que los futuros oficiales de un Ejército moderno, comprometido en misiones de paz y en la defensa de la democracia, siguieran viviendo su formación académica bajo la sombra del dictador. Lo que él representó es justamente lo contrario de lo que se espera de las Fuerzas Armadas.