En los tres meses transcurridos desde las elecciones, hemos asistido a unos pactos fallidos en las que unos y otros han desaprovechado otra oportunidad de lograr un Gobierno de progreso. Ambos son responsables y por ello el juego de las justificaciones no debería ser el de buscar culpables.

De los resultados de abril se infería que la mayoría de votantes anhelaba dar un giro a las políticas neoliberales, que han dejado miles de marginados sociales y graves recortes en servicios públicos esenciales y libertades.

Por eso la desilusión, tristeza e impotencia de quienes en abril acudimos a las urnas demandando políticas sociales, son descorazonadoras. Tal vez si se hubiera negociado desde el primer día, el cambio habría iniciado su esperanzadora andadura.

Sin embargo creo que, las heridas abiertas junto al mutuo escepticismo y un otoño catalán, hacen que una nueva convocatoria electoral esté más cerca. ¿Nos lamentaremos en noviembre del Gobierno que pudo ser y no fue? Mucho me temo que sí.