Matar es fácil para aquel que siente el más absoluto de los desprecios por la vida, ojalá pudiéramos impedirlo con la misma facilidad, pero no es así. A lo largo de estos cuatro años hemos sido testigos de la desunión entre los ciudadanos, entre las víctimas y entre los políticos en un tema de Estado como es el de la lucha antiterrorista, una desunión que ha tenido su germen en el todo vale por recuperar el poder. Todos, excepto quienes apoyan a los asesinos, anhelamos el fin de ETA: unos hablan de "derrota", otros de "fin del terrorismo", algunos prefieren calificarlo de "desaparición de la banda terrorista", pero el objetivo y el deseo son los mismos, que nadie más pierda la vida por la sinrazón de quienes no saben defender sus ideas si no es empuñando un arma. Los cobardes, incapaces de luchar con argumentos en lugar de con pistolas, consiguen su objetivo cada vez que alguien se atreve siquiera a insinuar que nuestros representantes coquetean, juguetean, se rinden o claudican ante los innombrables. Con cada muerte afloran iluminados que se llenan la boca con un "todos sabemos cómo derrotar a ETA, una muerte más que podría haberse evitado". Cuánta simpleza, cuánta arrogancia, cuánto desprecio por los muertos y sus familias, por todos aquellos que día a día intentan evitar lo inevitable, por todos aquellos que creemos que ETA ya perdió esta guerra el mismo día en que sentenció a su primera víctima, que ETA está derrotada porque jamás conseguirá sus objetivos, con o sin diálogo, con o sin negociación. Qué curioso que, cuando menos muertos tenemos que lamentar por sus acciones, más se amplifica esa supuesta fortaleza de los verdugos. Entre tanta demagogia visceral hay una gran verdad: ETA está fuerte, muy fuerte, pero su fuerza no reside en su capacidad operativa, mermada por las centenares de detenciones policiales y juicios celebrados en los últimos años, ni tampoco en un apoyo social que ni puede compararse al de los inicios de nuestra democracia. La fuerza de ETA solo reside en el aprovechamiento de sus actos por aquellos que anteponen su ideología al bien común, en la desunión de nuestra sociedad frente al enemigo de todos. No sé cómo acabaremos con ETA pero sí que llegará su final: que nuestra unidad sea un hecho cuando ese día llegue solo depende de nosotros.

Alberto Ríos Mosteiro **

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