A poco cerebro que tenga uno, le entran, a uno y a su cerebro, unas ganas irrefrenables de fugarse, de huir. Y de todas partes: de casa, de España, del mundo, de la galaxia y, por qué no, hasta de uno mismo. O principalmente de uno mismo. Sin embargo, los cerebros que actualmente se aprestan a fugarse en masa tienen un destino común que suena familiar: Alemania. Como si aquí no necesitásemos cabezas pensantes, instruidas y bien amuebladas para sacudirnos el muermo de la crisis, nos disponemos a entregarle a la Merkel lo más granado de nuestra juventud, aquella que no se arrugó para sacarse una carrera cuando la edad le pedía otra cosa, y que ahora no se arredra ante un reto mucho más difícil: aprender alemán.

Si se materializa esta segunda oleada de emigración a Alemania (en los 60 marcharon allí los mejores brazos y ahora las mejores cabezas, que aquí se desprecian), nos vamos a quedar en cuadro y a expensas de criaturas como Pajín o Rajoy . La ministra de Sanidad, al glosar el éxito de su ley contra los fumadores, asegura que ella siempre creyó en el civismo de los españoles. Oh, Dios. Si hubiera creído en el civismo de los españoles, lo cual, por cierto, es mucho creer, no habría sacado ninguna ley represora, pues a la urbanidad y al civismo compete, sólo a ellos, el no ahumar al prójimo en lugares cerrados. Pero Pajín es así, como Rajoy, con la única diferencia de que mientras ella dice lo primero que se le ocurre, a él no se le ocurre absolutamente nada. Bien es cierto que el verle bloqueado, balbuceante y perdido en la entrevista amañada que se le hizo en un medio afín, pues el hombre no encontraba entre sus papeles la respuesta que había preparado a la espontánea pregunta de otra afín, mueve a la comprensión y a la piedad, pero no lo es menos que el hecho de que ese señor tan despejado vaya a ser el próximo presidente del gobierno produce un vértigo atroz.

Es lo que pasa en un sitio donde los cerebros, ahora y siempre, se tienen que fugar.