TEtl funcionariado español está lleno de personas eficaces, inteligentes y trabajadoras. Y, también, como en todo colectivo, de absentistas vocacionales y vagos más o menos disimulados. La gran ventaja laboral es que su puesto de trabajo es el único absolutamente seguro, porque el Estado es una empresa que no cierra, ni es sometida a una OPA, y la gran desventaja --contra creencias generalizadas-- es que la compensación económica que recibe no es muy alta. Esta fijeza laboral es un freno al autoritarismo de los partidos que alcanzan el poder, y que, si pudieran y lo permitiera la ley, cambiarían hasta los conserjes de los ministerios y los llenarían de parientes, militantes y votantes agradecidos.

Pero otro de los problemas es que la recompensa que recibe el funcionario por el trabajo bien hecho y por el deber cumplido es la misma que el compañero tendente al escaqueo y a multiplicar los moscosos. Otrosí, los cambios de directrices en la labor gubernamental, no son ni comunicados ni explicados a los funcionarios, con lo que ni siquiera existe el incentivo moral o la ilusión del picapedrero renacentista que sabía que no sólo estaba picando piedra, sino que asumía con orgullo que estaba construyendo una catedral.

La propuesta de premiar a los funcionarios eficientes me parece bien y me provoca un recelo: que sea una máquina injusta partidista, no para estimular el trabajo del funcionario, sino para disponer de un mecanismo que permita rodearse a los partidos en el poder de dóciles y obedientes, a la vez que se deshace de honestos, que los honestos pueden llegar a ser muy incómodos.

El problema no es de los funcionarios, sino de la sociedad, porque el funcionamiento de Administración, bueno o malo, repercute en todos nosotros, que somos los que mantenemos el tinglado y pagamos las nóminas, por lo que estaremos escrupulosamente atentos a las novedades.

*Periodista