TEtn el paisaje de la infancia habitan esos hombres que recorrían las calles empujando una bici o una Mobilette a la que habían acoplado una piedra de esmeril. Hacían notar su presencia mediante una armónica, el chifle, que producía una melodía característica, de agudos a graves y al revés. El afiladoooooooor. Buena parte de quienes desempeñaban la profesión procedía de Galicia, donde el campo apenas daba para subsistir, y entre ellos la mayoría era de Orense; por eso a la provincia se la conocía también como la Terra da chispa. Numerosas supersticiones se tejieron a su alrededor, que si traían mal fario, que si arrastraban la lluvia con ellos por el hecho de ser gallegos. A veces arreglaban paraguas.

En eso pensaba una, en el oficio de afilador, al escuchar los reproches que se le hacen al compostelano Rajoy por haberse apoltronado en el también muy gallego hábito de la ambigüedad. A los gallegos se les atribuye cierta astucia prudente y la costumbre de contestar con preguntas o con la muleta del depende. No obstante, aunque el recién elegido presidente todavía no haya dicho ni mu sobre cómo diablos piensa enderezar la economía, a buen seguro que está afilando en la piedra de amolar cuantas herramientas cortantes aparecen en el diccionario: tijeras, cuchillos, hachas, hoces, guadañas-

Tanto silencio tensa. Sería bueno saber por dónde van a venir los recortes. A no ser que a don Mariano le dé por imitar a otro ilustre paisano suyo, el gran cronista Julio Camba , una pluma lúcida y socarrona que no se tomaba en serio a sí mismo. Por desgracia, en la madurez descubrió una manera de vivir muy cómoda, sin dar apenas palo al agua. A última hora, se instaló en una habitación con tarifa especial del hotel Palace de Madrid, en cuyo vestíbulo solía aposentarse para observar el trajín de los huéspedes. Vivía de viejos artículos refritos.

--¿Qué aspiración tiene usted? --le preguntaron en una ocasión--.

--Ninguna --contestó--. No tener que escribir.