El ritmo desbocado de la actualidad hace que las palabras, que los arqueros de lengua viperina disparan, cual afiladas flechas, contra sus oponentes políticos, vuelvan hacia los que las lanzaron como hirientes, certeros e inevitables bumeranes verbales.

Hay infinitos ejemplos de ello. Pero, ahora, gracias a la inmediatez de las redes sociales, podemos encontrarlos, por cientos o miles, cada vez que alguno de aquellos que se erigía en inquisidor, cuando estaba en la oposición, incurre en comportamientos o discursos que contradicen sus diatribas del pasado.

En este sentido, hay que señalar que los auténticos maestros (de eso que se ha dado en denominar «auto-zascas») son Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. Pero, como el espacio de la columna es limitado, me van a permitir que me centre en el de mayor rango, esto es, en el actual presidente del gobierno, que, en pocos meses, ha pasado de ser un gallo de facundia insoportable, de esos que cacarea ruidosamente, a un avestruz, que agacha el morro para camuflarse entre los jaramagos.

Hay que entender que no es para menos, con la cantidad de desaguisados en que se han visto implicados, tanto el presidente como sus ministros, en poco más de 100 días de gobierno. Esconder la testa es lo menos que puede hacer. Pero es que, cuando problemas de dispar categoría arreciaban al anterior ejecutivo, Sánchez y sus huestes estaban día sí, día también, aludiendo al episodio de la comparencia, de Rajoy ante los medios, vía pantalla de plasma.

Pedro Sánchez, que tantas flechas disparó a Rajoy a cuenta de aquello, ahora no tiene suficiente con parapetarse tras un plasma, sino que suspende sus comparecencias durante las visitas oficiales de algunos primeros ministros, no da ruedas de prensas en territorio nacional, y rehúye las preguntas de los periodistas a poco que les escucha hablar en castellano. Y eso, cuando no se sube al Falcon, y parte rumbo al extranjero. Y es que los avestruces no vuelan, son aves corredoras. Y el avión presidencial no solo corre, sino que vuela.