TLta política ha abandonado las ideas para abrazarse a la publicidad. Se trata de vender una mercancía electoral para conseguir el poder y ejercerlo sin control durante cuatro años. Y luego repetir el rito de la seducción. En el fondo, el amor y el sexo es el escaparate de toda nuestra vida. Los candidatos pretenden seducirnos para que nos entreguemos y en ello emplean todas las argucias que se utilizan en el enamoramiento. Se ocultan los defectos, se exageran las virtudes y se promete lo que se sabe que no se puede cumplir.

Rubalcaba ha sido claro: "voy a hacer un programa para convencer y ganar". No se trata de generar confianza sino de convencer. No es lo mismo. Y no se trata de resolver los problemas de los ciudadanos sino de ganar. Tampoco es necesariamente igual.

En campaña los políticos buscan ensanchar su base electoral, no irritar a quienes tienen cerca y seducir a quienes pueden venir. Y también hace desistir a quienes votarían a la competencia. Nada distinto de la venta de una mercancía.

Pero la política está en crisis en la forma en que la conocemos. Las encuestas son tozudas y la identificación de los ciudadanos con el 15-M es al mismo tiempo un desapego de los partidos tradicionales.

El PP parece que tiene fijada su base electoral y está movilizada. El PSOE viene de una catástrofe autonómica y municipal. Rubalcaba puede ser un buen candidato pero necesita un soporte que ahora está desgastado. Y sus promesas son muy vulnerables en la comparación con las realizaciones del Gobierno. Al final, los grandes recortes de la reforma de empleo, de los presupuestos y de los sueldos de los funcionarios no han servido para salir de la crisis y eso tendrá un precio. El PP juega con ventaja de que no tiene desgaste de gestión. Y su programa verdadero permanecerá oculto.

Pero todos debieran saber que los ciudadanos se han vuelto más exigentes y exquisitos. Los fuegos de artificio no son suficientes para garantizar el voto.