TEtsta semana se ha celebrado y conmemorado en todo el mundo el día de la mujer trabajadora --8 de marzo--, una efeméride que recuerda la lucha de unas mujeres en una factoría por mejorar sus condiciones laborales. Pues bien, con el paso del tiempo este día se ha convertido en una fecha de reivindicación y de puesta en común de la realidad de las mujeres trabajadores en todo el mundo. Lógicamente no en todas las latitudes la situación de la mujer es igual. Tiene mucho que ver con el sistema de libertades y reconocimientos de derechos de los ciudadanos. Y esto, a pesar de las múltiples convenciones de reconocimientos de derechos y declaraciones proclamadas por las Naciones Unidas.

Pues bien, parece ser que las estadísticas, cocinadas o no, ponen en evidencia la denominada brecha salarial y de derechos que aún está pendiente con la mujer. Circunstancias de todo tipo, sin duda, culturales las que hacen que las mujeres ralenticen su recuperación en el magma de derechos en, por ejemplo, el ámbito laboral. Y de forma incomprensible decimos cómo esto es así. Pues lo es, y tiene mucho que ver con sus responsabilidades familiares, y su rol social y cultural. Si exceptuamos en sociedades, por ejemplo, como las nórdicas. Pues bien, sin fijarnos o atender estadísticas alguna, se reconoce y se observa cómo la mujer sigue lastrada por esa vieja cultura del apaciguamiento de la mujer en su entorno más familiar. Y desechar protagonismo alguno en otras esferas de relevancia como puede ser en ámbitos tan dispares, como la política, la empresa, ámbito deportivo, etc. Un dato, por ejemplo, en la reforma de la FIFA, en un reciente congreso en el que he asistido, por la conmemoración del día de la mujer, hay como mínimo un planteamiento de su máxima comisión de gobierno, de que exista una mujer por confederación --6 en total-- de los 36 miembros de la máxima comisión. Y ya es un logro, y estamos hablando de 2016. Así pues, la realidad sigue ahí muy presente.

XY EL ANALISISx más allá de género, debería ser el de la igualdad. Esto es, del hecho de que las mujeres y hombres se deberían regir por el principio de igualdad, más allá de otro tipo de consideraciones. De ahí que este tema tenga que ver mucho con cuestiones culturales, sociales, históricas o religiosas, incluso. Esto es, desde pequeño, en general, en sociedades democráticas se nos inculca la igualdad en nuestras familias. En la promoción de la persona por sus capacidades y méritos. Y cuando luchamos, nos lo creemos y peleamos por ello nos encontramos que el género juega un papel en su contra. Apelamos a las leyes, a nuestro concepto democrático de igualdad. Pero no, nos encontramos, por ejemplo, un dato, que en el deporte en nuestro país, la mujer futbolista, sirva como dato, no tiene convenio colectivo, al contrario que su colega masculino. Jugando en la máxima categoría. Que, por ejemplo, en numerosas entrevistas, en el ámbito profesional a las mujeres se les sigue cuestionando su maternidad, e indagando en la misma antes de decidir contratarla. O esos comentarios despectivos que sigue existiendo en la sociedad de otorgar billetes de incapacidad a las mujeres sobre determinados roles respecto a los hombres.

Siempre me viene a la memoria mis partidos de fútbol en las calles de mi pueblo, cuando a los chicos algunos les pretendían ofrecerles una desventaja respecto a las chicas, para igualarnos, porque se suponía que eran mejores. Hasta que reconocían que nunca nos ganarían porque éramos mejores que ellos. Simplemente, jugábamos mejor y corríamos más. No sé, nunca entendí esas razones tan absurdas de prejuicios. Porque algunas siempre hemos tenido claro que si queríamos hacer algo, íbamos a por ello y ya está. Aunque reconozco que la sociedad no siempre empuja en la misma dirección que determinadas individualidades. Pero esto que pudiera ser comprensible, por esos preconceptos en sociedades de hace veinte años, no debiera ser algo lastrante en la sociedad actual.

El debate, por tanto, no está tanto en el hecho de distinguir en hablar de géneros, como en el hecho de la igualdad de derechos. De reconocimiento de la identidad personal, por encima de todo, más allá de consideración de ser mujer u hombre. Porque con esta discriminación dañamos el devenir personal e histórico de una parte de nuestra sociedad, de nuestra historia colectiva como seres humanos. Y, por ello, no se debería clamar por más tiempo para un sistema de igualdad de género, porque por historia y por batallas bregadas la igualdad debiera ser nuestro máximo logro como sociedad.