Suceden cosas a veces que te reconcilian con la vida y los seres humanos. Me estremeció hace una semana la historia de esa familia de El Barco de Avila que pide el indulto para el amigo con el que viajaba su hijo fallecido en un fatal accidente por culpa del alcohol. Fue condenado por ello. Lástima que a veces haya gente que tenga que demostrar su generosidad por los errores de otros. Quizá por eso quiero recordar hoy también la historia del primer transexual, de Plasencia, al que por primera vez recibió un pontífice. La estupenda entrevista realizada en este diario por Raquel Rodríguez saca a la luz cuánto falta aún de flexibilidad y apertura en la parte más casposa y retrógrada de la Iglesia, esa misma a la que creo que no pertenece el Papa Francisco . Ejemplos así nos ponen en la pista de las pruebas a las que continuamente nos somete el tiempo en el que vivimos: áspero por momentos, dulce otros y, por qué no decirlo, desgarrador si nos asomamos a la realidad cotidiana de las televisiones. Me ocurre en ocasiones que, estando en la cola del supermercado o el banco, me llegan sin quererlo las conversaciones de otros. Reconozco que no doy crédito a la mala leche (perdón) con la que afrontamos nuestras cuitas e intentamos justificar actitudes que no van a ninguna parte. Dos personas con aspecto de trabajar con dinero intercambiaban opiniones acerca de uno de sus superiores. Me llamó la atención que una de ellas quisiera ocupar ese puesto cuando criticaba la forma de proceder de quien en ese momento estaba al mando. A veces creo que falta empatía, ponerse en la piel del otro, para encajar o no ante una determinada situación. Por eso admiro a los generosos. Son un buen espejo.