Veía por la tele la manifestación que avanzaba por la autopista, leí la pancarta que la encabezaba con el lema de "Nos queda la rabia" y me dije: "Tate, éstos y éstas son gente leída, que saben de qué van los versos de Blas de Otero". Quizá se los descubriera Paco Ibáñez con su guitarra. Es igual. Lo importante es que la obra se conozca.

Salían a proclamar su impotencia ante lo que no habían podido evitar: les quedaba la rabia. Lo importante es no conformarse. Igual que el poeta. Abrió "los ojos para ver el rostro puro y terrible de su patria" y abrió los labios hasta desgarrárselos a gritos: le quedaba la palabra.

El señor Aznar dice ser gran lector de poesía y una vez, en un día de sesión tranquila, se le vio en el Congreso con un libro de poemas árabes en la mano. Tendría que estar orgulloso de que en España existan chicos y chicas tan sensibles, que ponen poesía en las pancartas. El caso debería servirle para dejar de denostar a los que ejercitan la saludable práctica de caminar tras un lienzo con un lema escrito. Protestan por algo y, si nada han logrado, les queda la rabia y la palabra.

Pero no es probable que el señor Aznar felicite a los manifestantes. El poder ve peligrosísima la poesía. Por algo Gabriel Celaya la llamaba "un arma cargada de futuro". Poesía eran muchos de los lemas del mayo francés de 1968, sobre todo aquel que nos descubría que debajo de los adoquines de las calles hay playas. El poder lanzaba a los guardias contra los que decían aquellas verdades como puños, igual que hace aquí algún delegado del Gobierno, como el de Madrid, que parece conservar el título de jefe provincial del Movimiento.