Cuando era universitario, tenía un profesor de Sociología que solía repetir que «la gente somos todos». Esta semana, me venía al recuerdo aquella frase al escuchar a distintos dirigentes de Podemos erigirse, una y otra vez, en voz del pueblo, en transmisores, y defensores a ultranza, de la voluntad de la gente. Como bien apuntaba mi antiguo profesor, «la gente somos todos», y, por tanto, es metafísicamente imposible que ningún individuo, ni organización --por plural que sea--, puedan investirse como voz de la sociedad. Pero, claro, ni la física, ni la metafísica, han sido nunca obstáculos para los mandatarios de la formación izquierdista, ni tampoco para su chorrera de partidos satélite.

Ajenos a toda realidad, Pablo y sus camaradas continúan repitiendo machaconamente ese mantra, aderezado con términos como «fraude electoral», «golpe de estado» o «secuestro de la voluntad popular», a la hora de referirse a la investidura de Mariano Rajoy como presidente (gracias a los votos de los diputados del PP, de C’s y de Coalición Canaria, y a la necesaria abstención de representantes del PSOE). Lo uno y lo otro, el autoproclamarse portavoces de la gente y la utilización de esos epítetos, son signos que, ciertamente, arrojan pocas esperanzas sobre el modo en que entienden la democracia los prebostes del ala más radical de la izquierda española.

Les da igual que existan dos partidos que hayan obtenido más votos y representantes que ellos. No les importa haber visto como sus apoyos mermaban, sensiblemente, en los pocos meses que transcurrieron entre unos comicios generales y otros. Tienen tan alto concepto de sí mismos, y tan poco respeto por los demás, que, aún después de la cura de humildad que les ofreció la realidad, siguen proclamándose portavoces de la gente, del sentir mayoritario y de la voluntad de todo un pueblo al que, al parecer, solo ellos representan. Todo esto, si lo piensan, es difícil de explicar y de entender. Porque, de ser así, Podemos habría obtenido una mayoría absolutérrima en las pasadas elecciones. Pero, ¡para qué perder el tiempo en explicaciones y debates! Donde esté una consigna, un megáfono, un tweet o una pancarta, qué se quiten todos los argumentos…