Falta un año y medio para las elecciones en EEUU y el señor Bush es ya, oficialmente, candidato a la reelección. Quiere conseguir lo que su padre no logró, a pesar de haber ganado también la primera guerra del Golfo. George II tiene un póster que su progenitor no pudo lucir. Es la estatua de Sadam abatida de su pedestal.

A su padre no se le perdonó que la guerra hubiera salido tan cara. Le pasaron cuentas cuando quiso ser reelegido y los electores votaron al señor Clinton. Ahora también se ha de pagar la factura de la guerra, pero la historia no se repetirá. El hijo se presenta como el campeón de la seguridad de los norteamericanos y, con el miedo en el cuerpo de que se repita una acción como la de las Torres Gemelas, la gente pagará gustosamente el incremento de los impuestos que se les pida. El ciudadano que critique el coste de los gastos del Pentágono será un mal patriota.

Los atentados terroristas que ocurran en el mundo se convertirán en parte muy importante de la campaña. Hechos como los de Arabia Saudí, Chechenia y Casablanca pueden ayudar mucho a la reelección del líder norteamericano. "Aquí pasaría lo mismo si no estuviera yo", podrá decir el señor Bush. Por la reciente actividad explosiva, los terroristas internacionales parecen dispuestos a prestarle una gran ayuda. Hasta noviembre del 2004 hay que mantener la creencia de que las armas de destrucción masiva existen, que Sadam puede estar vivo, incluso Bin Laden, que Al Qaeda se ha reforzado y que una amenaza espeluznante se cierne sobre EEUU. Con el miedo a la hora de ir a votar, la victoria estará asegurada.