En su duodécimo día, la revuelta de Egipto ha entrado en una nueva fase. Se ha abierto una negociación con representantes de la oposición, entre ellos la ilegalizada organización de los Hermanos Musulmanes, dirigida por el mismo Gobierno que la revuelta ha querido tumbar.

La transición, por tanto, ha empezado, pero lo hace dentro del marco constitucional vigente que es contestado por los miles de manifestantes que desde el 25 de enero han llenado la plaza Tahrir con sus demandas.

En un primer momento ha habido varios acuerdos en la buena dirección, como son la puesta en libertad de presos políticos, la libertad de prensa o el fin de la ley de emergencia que ha estado en vigor durante 30 años (desde 1981). El inicio ayer de la semana laboral con la apertura de bancos y tiendas contribuía al cambio de fase y marcaba el retorno a una cierta normalidad.

Las transiciones políticas --y en España, de eso sabemos un poco-- ni son fáciles ni satisfacen a todos. En la egipcia hay dos aspectos que determinarán el resultado final. En la oposición no hay un liderazgo claro, todo lo contrario. La argamasa que ha mantenido unida la protesta era y sigue siendo la voluntad de echar a Hosni Mubarak, pero este deseo común es una expresión del hartazgo popular más que un movimiento coordinado con unas cabezas visibles.

Por su parte, el Gobierno está dispuesto a negociar, pero no se arriesga a dar un paso mayor hacia el cambio como podía ser la asunción de la presidencia por parte del neovicepresidente, Omar Suleiman. Esta solución era bien vista por sectores de la oposición y en medios diplomáticos extranjeros. El también jefe de los servicios secretos no ha dado este paso y por si hubiera alguna duda, un enorme cuadro de Mubarak presidía la primera reunión con la oposición.

En un proceso de transición como el que quiere iniciar ahora Egipto la confianza entre las partes es un factor clave. En estas primeras horas la oposición al régimen presidencialista sigue desconfiando de un Gobierno que si bien está dispuesto a hacer concesiones, no renuncia a pilotarlas y se muestra dispuesto a mantener al presidente Mubarak hasta el próximo mes de septiembre, cuando se realicen las elecciones presidenciales previstas con anterioridad a la revuelta iniciada hace dos semanas. La transición ha empezado. Pero está por ver si será rápida y ordenada.