En esta campaña electoral para la Casa Blanca ya nada debería sorprender. Sin embargo, sigue ofreciendo estupefacción. El aterrizaje en la contienda del director del FBI, James Comey, quien desoyendo a sus superiores -el Departamento de Justicia nada menos- ha reactivado la investigación sobre los correos de Hillary Clinton que ya había sido cerrada el pasado julio —y lo ha hecho con muchas insinuaciones pero escasos datos—, es un golpe bajo y peligroso para la candidata que, pese a su capacidad, no solo no ha conseguido arrinconar a Donald Trump, sino que a pocos días de las elecciones este ya le andaba pisándole los talones. Clinton es sin duda la víctima del afán del director de FBI. Parecía que los tiempos en que John Edgar Hoover, el ruin director de esa oficina que usaba el chantaje político, habían llegado a su fin, pero al parecer no es así. Después de una campaña electoral indigna de una democracia avanzada, los diez días que quedan para la elección pueden deparar más sorpresas, y sin duda, todas ellas negativas. Para la candidata Clinton, seguro, pero por encima de todo, para el sistema democrático estadounidense sumido en un pozo nauseabundo.