WLw a desolación que produce cualquier incendio se intensifican cuando el escenario dantesco está presidido por un referente histórico tan emblemático y de tanta potencia cultural como la Acrópolis ateniense. Lo importante, sin embargo, son las personas que sufren y la naturaleza herida, como ya pasó en los terribles incendios del 2007. Entonces, el Gobierno del conservador Caramanlis lanzó la acusación --nunca probada-- de que los fuegos eran intencionados con la finalidad de mermar sus expectativas electorales. Semanas más tarde, volvía a ganar las elecciones con multitud de promesas arrancadas por una población que salió a la calle para protestar airadamente contra la Administración. Las promesas no se han cumplido y, dos años después, Grecia vuelve a arder en unas condiciones deplorables: con desidia institucional, precariedad de recursos e infraestructuras, y altas dosis de corrupción. Las razones últimas de esta devastación son, en parte, históricas. Una legislación de 1926 concedió terrenos a agricultores con problemas de subsistencia. Con la mejora del nivel de vida, los terrenos no se trabajaron y se convirtieron en zona boscosa que fue pasto de la especulación. Para poder edificar con más facilidades, se empezaron a dar casos de incendios intencionados. Si a esta circunstancia en alza añadimos una clase política corrupta (que oscila entre las dos familias preponderantes en la reciente historia griega, los Caramanlis y los Papandreu); una absoluta indiferencia ante las voces de los ecologistas que reclamaban mayor prevención y limpieza; una escasísima dotación de medios y una nula campaña de concienciación, llegamos al momento actual, agravado por las adversas condiciones meteorológicas.