El comportamiento en los últimos meses del Gobierno central con respecto al ferrocarril en Extremadura ha demostrado que tenían razón quienes se conjuraron hace un año y ocho meses, en marzo de 2016, para intentar unir a la región en un grito y movimiento de protesta que por fin se ha escuchado este sábado, y en el mejor megáfono social y mediático que es Madrid.

El tren extremeño es de todo menos bonito. Lento, incómodo y caro. Cómo será, y cuánta la vergüenza de quienes lo llevaron y mantienen en esa situación, que todos los instrumentos ferroviarios del Ministerio de Fomento --Adif para las infraestructuras como vías y estaciones, y Renfe para los trenes, una división impuesta por la competencia europea-- se han volcado en las últimas semanas en movimientos, promesas, anuncios y demostraciones de que esto va a cambiar.

Solo el que España pueda enterarse de que Extremadura funciona con carriles (raíles) de 1870 y traviesas de manera también de aquel siglo XIX pionero del ferrocarril, ha movido a los responsables del Ejecutivo Rajoy a tomarse en serio, según parece, la dignidad de este servicio de transporte público en la región.

Porque un servicio lento, incómodo y caro, como única comunidad sin un kilómetro de doble vía o electrificada (Murcia tampoco tiene electrificación) no soporta el mínimo repaso. La lentitud se dibuja perfectamente en un mapa que compara la distancia en tiempos de viaje por carretera de Madrid a las capitales de provincia, y lo que se tarda en tren, comparación de la que sale que la única comunidad con un desequilibrio abismal entre una y otra infraestructura es la extremeña, de tal forma que las cinco horas y media largas que se echan entre Madrid y Badajoz en tren casi nos situarían geográficamente en las Azores.

Trenes y vías capaces de alcanzar casi 180 kilómetros por hora pero en los que, por el abandono y falta de inversión en mantenimiento, van a 50, a velocidad casi de ciclista.

Convoyes incómodos, sin el más mínimo servicio, apenas unas tristes máquinas automáticas de bebidas y aperitivos. Sin cafetería donde estirar las piernas y amenizar la espera, sin oferta de entretenimiento para viajes tan largos, con los servicios de discapacitados --caso del tren Cáceres a Sevilla-- a veces clausurados.

Extremadura es según el presidente de la Asociación Extremeña de Amigos del Ferrocarril el último destino español de algunos trenes, que vienen baqueteados de otros recorridos nacionales, y apuran aquí sus últimos kilómetros, y averías, claro, antes de ser embarcados tras su venta a países como Chile.

«Solo le hemos quitado los plásticos a un tren una vez, hace veinte años», sigue recordando Caballero, cuando a mediados de los 90 llegaron flamantes unidades regionales. Hoy las que circulan están a punto de agotar su vida útil recomendada que es de 20 años, y que irían al desguace si no es porque aún prestarán un último servicio en otro país.

Hoy día Extremadura es también la única región que figura como desierto ferroviario patrio al ser la única sin líneas de alta velocidad o larga distancia. Peor que hace 30 años cuando sí había al menos Talgo --ahora, por consecuencia de la presión política y popular nos prometen otro--, que nos situaba en la oferta de larga distancia. Aunque no pueda mejorar los tiempos de viaje al menos un Talgo tiene una comodidad y servicios que es lo mínimo que se despachaba, como hemos visto, hace décadas.

Y un tren caro. En esto hay que ver la relación calidad-precio de lo que se ofrece, no solo el coste del billete, y para el pésimo servicio recibido pagar casi 46 euros por un tren que tarda ocho horas y cuarenta y cinco minutos entre Badajoz y Madrid clama al cielo y además es inexplicable porque otro que echa menos, cinco horas y veinticinco minutos, supone 41 euros.

Díganme si en lo de Renfe para con Extremadura hay algo de cordura, 49 euros por otro que exige estar sentado seis horas y tres minutos, y además trasbordar. La relación calidad-precio de la alta velocidad y similares es mucho mejor, aunque le pese a los dogmáticos anti AVE que quizá no distingan entre buena infraestructura, y el tope de gama de Renfe.

En 2003 Aznar y Durao Barroso acordaron un AVE Madrid-Lisboa.

En 2008 empezaron las obras. En 2011 Portugal decidió que no haría el AVE, cuando ganó la derecha, y en 2013 la misma derecha pero española resolvió que tampoco hasta Badajoz. Las obras de lo que no se sabía iba a ser, se ralentizaron, prácticamente paralizadas. Ahora, por la presión, se han reanudado pero aún nos quedarían, según el mismo Caballero, 30 años para tener una alta velocidad completa y verdadera Madrid-Toledo-Badajoz. Demasiados pocos gritos damos.