El vodevil entre bochornoso y patético que el PSOE ha ofrecido en las últimas 48 horas constituye uno de los momentos más bajos de la vida de uno de los partidos políticos más importantes de la historia de España. La incapacidad de dialogar con el sector crítico que ha demostrado el secretario general, Pedro Sánchez, y la extravagante fórmula que sus oponentes han escogido para intentar descabalgarlo de la dirección del partido (la dimisión en bloque de la mitad de la ejecutiva, torturando las normas de la formación) han originado una gravísima crisis que ha deparado imágenes esperpénticas como la de Verónica Pérez, presidenta del comité federal del partido, arrogándose la autoridad única de la formación en plena calle porque no le permitían acceder a la sede de la calle Ferraz en Madrid. La crisis del PSOE no es un asunto menor dada la importancia del partido en la vida política del país y más en la actual coyuntura. Además, la causa profunda no es un lucha de poder interna entre facciones, barones o federaciones, sino un asunto de interés general: decidir si el partido permite, mediante alguna forma que va desde la negociación hasta la abstención crítica, la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Un debate como este es demasiado importante como para que se dirima en la calle a base de ruedas de prensa, en las redes a golpe de tuits pródigos en acusaciones e improperios, y en las tertulias y las tribunas periodísticas.

Ambos bandos en el partido han quemado demasiados puentes como para pensar que una reconciliación política es posible. Por eso, a pesar de hechos indiscutibles como que ha encadenado la peor serie de resultados electorales de la historia del PSOE, la postura de Sánchez (convocar primarias y que decida la militancia) se antoja como la más democrática. Pero antes debe ser aprobada por el comité federal del partido, y es ahí, y no en la vía pública, donde las diferentes facciones socialistas tienen que verse las caras y tomar una decisión. Si se imponen las tesis de Sánchez, cabe convocar primarias en las que quien quiera puede defender que el partido debe facilitar la presidencia a Rajoy. Si es derrotado, el secretario general debe dimitir y dejar paso a otros líderes. Eso sí, para llegar a este punto el sábado no era necesario el triste espectáculo de estos días.