Como si se tratara de una película de acción ultraviolenta o como si nos hubiéramos trasladado a las profundidades de la lucha entre narcotraficantes mexicanos, en este último año la Costa de Sol se ha convertido en un campo de batalla abierto entre bandas rivales y clanes de la droga enfrentados por ajustes de cuentas que van más allá de la delincuencia común y que se están convirtiendo en acciones que se pueden calificar, sin exagerar, de terroristas, pues usan el terror para conseguir sus fines. ¿Cuáles son? Ampliar o consolidar un radio de acción criminal y dejar constancia, a los rivales, que no hay acción sin reacción, es decir, que la venganza se inscribe como lema del mundo del hampa. Lo cierto es que la casuística es diversa: desde la propia dinámica de las organizaciones en su particular lucha de poder (con el agravante de la presión policial en el Campo de Gibraltar, que hace derivar los crímenes a Málaga y otras zonas vecinas) hasta las acciones de grupos descabezados o individuos con ánimos de ascensión en el sistema, con prácticas extremadamente crueles, desde asesinatos a secuestros o explosiones de bombas. La policía se queja de falta de medios materiales y humanos para combatir el avance del crimen organizado. Sería deseable atajar el problema de inmediato, antes que la realidad más sangrienta día a día supere a la ficción.