Catedrático de la Complutense

Pese a los deseos del inolvidable Giraudoux, la guerra de Troya tuvo lugar. Muchos siglos después, en contra de la opinión mundial, la guerra en Irak parece ya inevitable. La decisión está tomada. Estados Unidos y Gran Bretaña, tras leer los 12.000 folios del informe del Gobierno iraquí, han manifestado que lo estiman insuficiente. Jack Straw, el entusiasta y belicoso ministro británico de Asuntos Exteriores, ha dictaminado que todo él es "una mentira evidente". Ninguno aporta pruebas de sus tajantes afirmaciones.

Se da un paso más en la escalada que conduce a la conflagración. Cierto que todavía no se acusa a Sadam Husein de incumplimiento de la resolución 1441 del Consejo de Seguridad de la ONU que llevaría a la aplicación de sanciones, incluidas las militares, a Bagdad. Pero sólo es cuestión de tiempo.

Es inminente la presentación a Kofi Annan, secretario general de la ONU, del informe elaborado por los inspectores internacionales que investigan las instalaciones y los arsenales militares de que dispone Irak. Entonces se sabrá si Sadam Husein cuenta con armas de destrucción masiva y otras prohibidas, así como si está en condiciones de ampliar su fabricación. Por lo pronto, para mayor escándalo, ya se ha filtrado la información de que Alemania ha vendido a Irak los elementos suficientes para ampliar el alcance de sus misiles. No requiere un gran esfuerzo adivinar que Washington también rechazará, por insuficiente, el dictamen de la comisión de inspectores.

Entre tanto, Estados Unidos prosigue el traslado de efectivos a la zona del Golfo. Tarea a la que se han sumado fervorosamente el premier británico, Tony Blair, y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. También, recientemente, Turquía ha concedido autorización a Washington para el uso de sus bases en caso de guerra.

No se trasladan soldados a millares, dotados de importantísimos pertrechos, sólo para una demostración de poder o para presionar a un personaje tan poco impresionable como Sadam Husein. Se trata, sencillamente, de los preparativos necesarios para una guerra cuya duración se ignora y para una posterior ocupación del país. Una guerra que, según todos los indicios, se desencadenará en enero o febrero. El tiempo suficiente para completar el despliegue militar, neutralizar a los regímenes árabes y convencer a los miembros, sobre todo a los permanentes, del Consejo de Seguridad de la necesidad y de la justicia de la acción militar. De no poder manipular a las Naciones Unidas, el gendarme universal, llamado George Bush, actuaría en solitario, secundado por su escudero Tony Blair y la generosa comprensión de José María Aznar. No se olvide que, a partir de enero, España ocupará un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad.

Y después de la guerra, ¿qué? Una guerra cuyos efectos políticos se desconocen, pero que seguro no será una guerra limpia como la que desde 1991 nos viene prometiendo EEUU. Nunca hubo guerra sin víctimas. Volverán los daños colaterales, las víctimas inocentes, los errores criminales.

Ante la ausencia de información veraz en la que nos movemos en los últimos tiempos, se ignora cuál será la reacción de los gobiernos árabes y de los islámicos. Más grave aún: nadie sabe cómo responderán sus pueblos. Estamos abriendo la caja de los truenos en uno de los círculos culturales y políticos más importantes de las relaciones internacionales. Por otro lado, en paralelo, Ariel Sharon habrá ganado las elecciones legislativas en Israel, igualmente a finales de enero, y Washington tendrá otro servidor reforzando sus intereses.

¿Qué sucederá en Irak? Tras el fiasco afgano, se dibuja la solución japonesa: un gobierno militar norteamericano durante unos años, hasta que exista un cuerpo político iraquí capaz de tomar las riendas del país. Circunstancia que aún no se ofrece, dado el triste espectáculo que la supuesta oposición iraquí ha proporcionado en sus encuentros de Londres durante la última semana.

Al final, el gran proyecto americano: un nuevo orden en Oriente Próximo, donde desempeña un papel fundamental el petróleo, y que ignora los deseos del mundo árabe.