XExs uno de los privilegios del ser humano: hablar, comunicarse, compartir o disentir ideas, reflexiones y experiencias. Dícese del período de elecciones que es la época idónea para ello. Del dicho al hecho hay tan buen trecho que los descolgados y desengañados, cuando no sencillos agnósticos, empiezan a ser legiones. Malo.

Todas las democracias modernas exigen líderes, adaptación pragmática a la esencia del gobierno del pueblo tras la decantación-erosión de los siglos, mentira piadosa a la aceptación de los poderes fácticos que hemos asumido todos. Al fin y al cabo, es más fácil seguir que desbrozar, u obedecer que legislar, o crispar que armonizar la convivencia.

Y la historia tiene tantos ejemplos de todos los lados que no conviene ponerse pedante en el recordatorio de los mismos. Pero, por cierto, ¿no estábamos hablando de elecciones generales?

Tras estos últimos años de mayoría absoluta del gobierno popular, hemos pasado de la supuesta segunda transición, es decir del silencio cósmico, a la contestación mental, con independencia del voto que se deposite en la urna.

Estamos en los últimos días de una campaña electoral cainita, en donde a la derecha le ha entrado el pánico ante la posibilidad de perder su mayoría absoluta, lo que le obligaría a pactar con otros partidos a los que ha demonizado en esta legislatura; incluso a perder, sencillamente, las elecciones. Y entonces, pese a las promesas de algunos de no levantar las alfombras, las preguntas sin respuesta se acumulan:

¿Por qué una mayoría de españoles desea el cambio pero considera que el Partido Popular va a ganar? Esta incógnita, antinomia, contradicción o pseudo sofisma, puede ser aclarada por las declaraciones que realice José María Aznar en estos días. Ni el valido Rajoy ni el postergado Rato tienen nada que hacer para inclinar la balanza.

Si Aznar quiere dar gusto a una mayoría de españoles, en aras de su rancio españolismo unipersonal, que hable, pero que hable de lo que quiera y libremente, sin escudarse en el Parlamento, ni en el gran Urdaci.

Contamos, por supuesto, que Aznar no va a decir la verdad sobre la guerra de Irak, ni sobre las compensaciones que espera obtener de Estados Unidos tras su apoyo incondicional a la guerra, ni sobre el conocimiento de sus servicios secretos de la conversación del republicano Carod Rovira con los etarras (o la última detención de los terroristas cerca de Cuenca), ni sobre los pactos con el Estado del Vaticano para la obligatoriedad de la asignatura de Religión y apoyo a la enseñanza privada, ni de sus privatizaciones (¿nos hemos olvidado de Villalonga y otros compañeros de pupitre?), ni del bodorrio de su hija en El Escorial, ni del uso soez del pacto antiterrorista en la campaña electoral, ni las causas de la pervivencia de su personal submarino amarillo que es Federico Trillo, ni del accidente del Yak-42 salvo para recordar y utilizar otros muertos... Para qué seguir.

Está ocurriendo algo insólito. Cuando habla José María Aznar, huye el electorado. Por eso, y dadas las circunstancias, cuanto más hable el todavía presidente del Gobierno, más expectativas tienen los socialistas para ganar las elecciones del próximo domingo. De ahí que ya no se quieran celebrar los al parecer imposibles y fantasmales debates sino, simplemente, que Aznar, vernáculo escogido por los dioses, hable sin parar, que nos quedan pocos días para que le oigamos su aflautada y carismática voz emanada directamente de la caverna del Olimpo.

*Periodista