Esta es la historia de un hombre que cae por un edificio de cincuenta pisos. Mientras cae se dice: «Hasta ahora todo va bien. Hasta ahora todo va bien. Hasta ahora todo va bien. Hasta ahora todo va bien». La moraleja es que no importa la caída, sino el aterrizaje».

Así abre (y cierra) una de esas películas que, una vez vistas, se quedan grabadas de forma permanente en retina y memoria. Ya han pasado más de veinte años, pero la huella de la francesa La Haine (el odio) ha vuelto estos días a mi cabeza en medio de la invasión (mediática) que nos tiene subyugados. Sí, claro, Cataluña otra vez.

Me había prometido a mí mismo no escribir más sobre este tema. Principalmente, porque ya hay una enorme profusión de análisis, desde distintas perspectivas, tocando aspectos muy variados. Como lector, he disfrutado y reconocido mi opinión en muchos de ellos, brillantes y bien armados. Pero también me confieso muy cerca del hastío, de ese cansancio cabreado del que sabe que aún queda, pero le faltan las ganas y no le sobran fuerzas. No quería, lógicamente, aburrirme a mí mismo.

Al mismo tiempo, claro, se mezcla la indignación, la tristeza y una ahogante sensación de incertidumbre. Como a todos, me imagino. Estos días hemos analizado posiciones y escrutados sentimientos. Ha sido un ejercicio catártico desmontar las mentiras del fanatismo oficialista catalán. Y encierra un sano regusto de venganza ver cómo algunos periodistas han desmontado los discursos especialmente endebles de los políticos que jalean la sedición.

Yo no puedo declararme equidistante. Tengo clara que la independencia buscada es un uso y abuso de los sentimientos (reales) de muchos catalanes. Desconozco si una mayoría, pero ni las elecciones ni la algarada esperpéntica del domingo demuestran que sea así. Mi caso es sencillo: estoy en contra de la independencia, porque creo que sería una pésima solución para España y para Cataluña. Pero tampoco me gusta que se obligue a nadie a posicionarse ni exijamos el mismo grado de compromiso que nosotros mismos estemos dispuestos a asumir.

Si algo me inquieta de la huida hacia adelante del desatado Puigdemont es el día después. No en su caso, ni en el de Junqueras. Tampoco el que se derive de las decisiones que adopten estos días Rajoy, Sánchez, Rivera o Iglesias. Este texto no pretende contundencia jurídica ni posee veleidad política.

Lo que me preocupa es la libertad con la que muchos se han dedicado a sembrar odio. Sabedores del poder político que les concede, han exaltado sentimientos y exacerbado miedos y rencores. Usando todas las armas propagandistas típicas y a su disposición. La mentira, cómo no, ha sido una fiel aliada.

Todos los que hemos tenido que negociar en nuestra vida profesional sabemos que, por muy enconadas que estén las posiciones, casi siempre todo se queda en la mesa. Incluso, recuerdo un seminario de negociación en el que nos explicaban que, cuanto más herido estuviera la otra parte, más debíamos forzarnos a crearle siempre una salida. Nada peor que un animal acorralado.

Toda negociación política no deja de tener algo de teatro de sombras. En la tramoya se pactan declaraciones, se cambian enemigos, se ofrecen salidas. Venga lo que venga de ese «día después» del que aún desconocemos todo, desde fecha hasta qué evento lo desatará y sus protagonistas, habrá salidas políticas. Incluso después de una escalada de tensión como la vivida, podremos encontrarnos a los mismos protagonistas sentados en la mesa. Esto ya lo hemos visto antes.

Pero en la calle nada se frena de forma tan sencilla. Porque no es un espectáculo creado para los demás, no hay articulación. Ni siquiera en muchos casos, conciencia de la manipulación. Por eso el verdadero daño de los catalanistas es la situación de hostigamiento y confrontación a la que están conduciendo a los catalanes, primero. Al resto de españoles, por arrastre. Nunca he entendido esos partidos, como Podemos, que viven del odio. Que se alimentan de atizar la llama del resentimiento.

Es difícil construir una sociedad sana después de eso. Pero me temo que no está entre sus objetivos. Ellos están disfrutando de la caída. El aterrizaje que lo gestionen otros.