Los mapas del tiempo anuncian renuncias. Ligeras ventoleras de yo no sé nada, y tal vez fuera como vos decís. Tenemos miedo. Y los políticos que nos gobiernan, más. Son cobardes. Por si usted no ha caído le diré que hablo del gobierno mindundi de España. El de hoy.

En Salamanca hay un colegio mayor que lleva por timbre de gloria el nombre de Cortés. Hernán Cortés. Hernando. Fernando. Cortés para la Historia. Le pusieron ese nombre cuando no había tanto meapilas. Yo estudié allí. Y desde el principio di por bueno que me llamaran indio. Los colegiales del Hernán éramos indios. Indios por Cortés. Sigo siendo indio. Entre otras cosas, y muy principalmente, porque allí conocí a muchos estudiantes venidos del plus ultra. Y en sus relatos se despertó en mí un limpio amor y un hondo respeto por aquellas gentes y aquellas tierras. La Nueva España de Cortés… Un camino de quereres de ida y vuelta. Todo envuelto, bien es verdad, en la inocencia de mis pocos años.

En la recepción del colegio mayor señoreaba un busto de Cortés. Solíamos hacernos fotos, las pocas fotos que por entonces se hacían con un carrete de doce, junto a él. No recuerdo quien fuera el autor, pero era un busto sanguíneo, vigoroso, huracanado. Era el huracán del genio iluminado. Y así el extremeño se me quedó en la memoria.

Desde donde escribo estas líneas se ve Escalante y su monasterio. Uno de los capitanes de Cortés, Juan de Escalante, nació a orillas del Asón. Y fue a morir al otro lado de la mar océano, en Veracruz. Por un momento la lluvia ha dado paso a un sol tibio sobre Escalante. Al otro lado, la costa vasca. La Guetaria de Elcano. Y en medio, el miedo. Una galerna de intereses menudos y mudables. No sea que alguien se ofenda. No sea que en México, no sea que en Portugal. Llevamos quinientos años desayunando leyenda negra. La misma que envasan con sus manos negras los que no tuvieron ni valor ni inteligencia para hacer lo que hizo España. La leyenda de los enanos.

En 2019 se cumple el quinto centenario de la llegada de Hernán Cortés a lo que hoy es México y también el quinto de la primera circunvalación de la tierra dada por Juan Sebastián Elcano. Y no hay bemoles de que el gobierno se vista por los pies. Nuestro gobierno ha escogido ser un gobierno de chuflilla en la esperanza de que todos los chuflillas del mundo le rían la gracia. Que se la reirán. Pero olvidan que el pasado no se puede juzgar con las leyes morales del presente, y, es más, olvidan el santo orgullo de pertenecer a una raza que alumbró para la Humanidad dos de los hitos fundacionales de la civilización presente. Por un lado, el encuentro de las dos mitades en que la Tierra vivía separada y, por otro, el conocimiento de los confines de esa misma Tierra. Y eso lo hizo un tío de Medellín, con todas sus taras, pero con todas sus glorias. Y uno de Guetaria. Y uno de Escalante. Y uno de Mérida, Hernando de Bustamante que fue barbero de la nao Victoria. Y Juan de Zubileta, que no pasó de paje, pero allí estaba, a las órdenes de un Capitán de España, Elcano, y que me es grato recordar y honrar porque, además de héroe, era natural de Baracaldo que es mi pueblo. Ellos y los otros; y nosotros los que les debemos honra eterna.

A los historiadores les cabe el estudio de los hechos y la determinación de sus perfiles. A los pueblos honrar a sus héroes. Y a los gobiernos, por muy veletas que sean, no ahogarse en su propia miseria.