Mucho se ha escrito sobre ello, pues hay que darle fondo y forma para su asimilación lectora. Aunque Unamuno diga que "si tienes algo que te escarabajea, pidiéndote libertad, abre el chorro y déjalo correr tal como brote". Pero, a veces, poco o nada se le ocurre al escritor, por lo que, antes de escribir, deberá pensar en temas con ese gancho que concita la atención del lector; aunque también ocurre que el que lo piensa todo primero, no escribe nada después. O sea, que escribir es una disciplina exigente en orden a utilizar ingredientes que atraigan, que sean amenos y se lean bien, sin necesidad de interpretaciones ni utilizar el diccionario. Pues hoy, que se lee poco y deprisa, se prefieren textos cortos y atractivos, mientras se agradecen las síntesis insertadas en extensas columnas.

De ahí que, se deben tener en cuenta ciertos principios, haciendo que lo escrito sea reflejo de lo sucedido en la vida misma, a la rueda de la actualidad y sin olvidar los intereses y gustos del lector, pues se ha de mojar la pluma no en el tintero sino en el día a día de los hechos. Hechos que, impregnados de ideas, han de alimentar también los sentimientos, pues, como decía el clásico, si quieres que yo llore, llora tú primero. Todo lo cual ha de estar presente en el escritor, al decir de Carmen Laforet , como "el combustible para la hoguera insaciable que es su mundo de ficción".

Y por supuesto, el esfuerzo de llenar la hoja en blanco, implica que ésta no se nutra de contenidos vacíos y de un débil meollo argumental, cubriendo el expediente para salir del paso, pues preferible será no escribir nada. Porque un texto que no inquiete, aleccione, interese o enseñe algo, o que no nos haga pensar, es mejor tirarlo a la papelera. Otra cosa es la originalidad y la tersura del texto, la belleza del período o el color de la frase, que eso ya es otro cantar. Hay escritores de libros a los que les cuesta construir un artículo. Umbral decía que hasta al mismo Camilo. J. Cela se le resistían, estando lejos, v.g.: de un Cesar Glez. Ruano .

Se infiere de todo ello que escribir es ocio, laborioso, donde el ojo, el oído y el buen oficio estarán siempre alertados, pues, si no, lo escrito resultará un trabajo fallido y sin pulso. Como es exigible la corrección, pues, premuras e improvisaciones, sin sólida urdimbre de contenidos, hacen que los textos pasen desapercibidos. Como la claridad que evita fárragos, oscuridades y frases abstrusas.