TMti abuelo, el viejo general, cuando llegaba el otoño salía a pasear por los parques y buscaba una hoja de árbol seca que no tuviera defecto. Firmaba y dejaba la fecha escrita antes de esconderla en un libro. No hace mucho he encontrado el libro y una a una han ido surgiendo las hojas secas de toda una vida. Docenas de otoños que engañosos en la perfección de las hojas, sedimentaron una crónica familiar nada permanente. Un otoño tras otro fueron despidiéndonos de la abuela gallega, del viejo militar, de la madre guapa y de los años jóvenes. Ahora soy, paseante solitario, el que busca esas hojas para meterlas en el libro dorado del ocaso. Supongo que alguien, dentro de unos años, abrirá el libro y descubrirá la manía heredada. Que no se engañe, que recuerde mis muchos defectos, que lea algo que voy escribiendo en cada haz junto a mi firma: "Si el autor en algo erró, que por ignorancia, sí, pero por malicia, no". Palabras que tomo de Torres Naharro y que aquí reproduzco porque sé (y él que me lee, también) que un lector está irritado conmigo hasta el punto de mandarme un escrito señalando mis equivocaciones. Poco papel el que ha usado para tan largo desatino. Es, desde luego, la visión subjetiva de alguien que se ha sentido herido en sus convicciones políticas. Y me recrimina mi parcialidad para desatinos de última hora relacionados con ministras que salen en Vogue, soldados que viajan en malas condiciones y unos móviles utilizados inconvenientemente. Me reclama para que no sea parcial y denuncie, y utiliza, subjetivamente, las páginas de diarios poco objetivos. Este otoño me cuesta encontrar hojas perfectas, incólumes, sin fisuras. Pero no pierdo la esperanza.

*Dramaturgo y director del Consorcio López de Ayala