La causa última de estos exacerbados ataques contra nuestra economía son debidos a la aplicación de medidas keynesianas, según las cuales, en tiempos de crisis, la inversión pública con el fin de estimular la actividad, debe sustituir la falta de iniciativa privada. Pero esta política proteccionista es gravosa e insostenible en el tiempo, ya que genera un sobrevenido y alarmante déficit. No conviene olvidar que fue la propia UE la que consintió el poder sobrepasar el porcentaje de endeudamiento permitido en el Pacto de Estabilidad, y el Banco Central Europeo el que abrió el grifo del dinero barato para facilitar la compra de deuda pública emitida por los estados.

Pero la situación se ha complicado, y ya no sólo son las empresas las que amenazan con quebrar sino también los países, debido a que ahora tienen enormes dificultades a la hora de refinanciar su deuda. Por lo que ha llegado el momento de optar entre echar más carne en el asador para salvar la economía o procurar el saneamiento inmediato de las finanzas públicas.

Como una bandada de pájaros enloquecidos han irrumpido en nuestro panorama las amenazas de los organismos institucionales, de las agencias de calificación y el estigma inequívoco de los mercados, cuestionando la credibilidad y la solvencia de nuestra política económica. Y en medio de todo, el contrasentido de quienes ven en el tijeretazo del gasto público la única respuesta posible, a la vez que reclaman que determinados compromisos y estímulos deben mantenerse intactos.

Un recorte drástico del gasto público supondría permitir que una economía todavía subsidiaria y convaleciente quede desprotegida y expuesta a nuevas recaídas. Por lo que, junto a la aprobación de un paquete de reformas, se impone un recorte mesurado y selectivo que no ponga en riesgo los mecanismos vitales de la recuperación. Algo que sirva como un guiño de complicidad a los mercados y que a la vez preserve la iniciativa del Gobierno a la hora de encontrar las soluciones menos traumáticas y que provoquen el menor reguero de sangre posible.

En la certeza de que hay que huir de esa paradoja que representa que quienes desde las altas esferas financieras se sirvieron en su día de instrumentos poco recomendables para llevarnos hasta donde ahora estamos, y que aún hoy no dudan en apoyarse en rumores infundados al objeto de perpetrar toda suerte de tropelías, sigan sintiéndose legitimados para marcar las directrices de una recuperación que tiene en ellos a los principales artífices.

Europa mientras tanto se blinda contra las embestidas de los ataques especulativos, mediante un fondo de rescate con el que apuntalar el euro, algo que obliga a una respuesta de austeridad como la de ayer de Rodriguez Zapatero, por parte de los países sometidos a la presión de los mercados.