El gran ayatolá Alí Sistani, líder moral y religioso del shiísmo iraquí (el 60% de la población), regresó convaleciente de Londres, convocó una marcha pacífica sobre Nayaf para salvar a la ciudad santa y evitar la profanación del santuario donde el radical Sadr y sus huestes resistían a las tropas de EEUU, y alteró todo el panorama de Irak. El Gobierno provisional iraquí, que está contra las cuerdas y carece de autoridad real, aceptó la iniciativa, proclamó una tregua y anunció una amnistía total para Sadr y sus seguidores.

El septuagenario Sistani predica la paciencia crítica, repudia la violencia y no patrocina una república islámica calcada del modelo iraní. Washington lo sabe y busca su anuencia explícita. Lo de ayer en Nayaf prueba que las estructuras incanjeables de naturaleza cultural-comunitaria valen más que todas las divisiones que Estados Unidos, torpemente, ha puesto al servicio de una empresa aventurera. Han hecho falta miles de muertos, ensayos fallidos de pretendidas soluciones militares, comedias sobre la restitución formal de la soberanía al pueblo iraquí y la revuelta de la minoría radical shií para que aparezca al fin el factor político y social insoslayable de Irak, el ayatolá Sistani.