Más preciado que el oro a estas alturas de la Historia, el tiempo es hoy un bien escaso; para algunos, escasísimo. Y, sin embargo, tenemos más del que hemos tenido jamás, entre otras razones porque ha aumentado mucho la esperanza de vida. Entonces, ¿por qué escuchamos o decimos a diario frases como "no tengo tiempo para nada", "no doy abasto", "estoy a tope"...? ¿Por qué nos sentimos a menudo abrumados luchando contra el tiempo, estresados, con la angustiosa sensación de que no podemos con todo?

Quizás la explicación es que vivimos una época acelerada y vertiginosa. Además de trabajar, llevar una familia o cultivar la amistad, queremos que todo eso sea compatible con ir al gimnasio, leer, viajar, ver la televisión, navegar por internet... y muchas más cosas. Esta pretensión es natural, pero lo cierto es que no sabemos dar valor al tiempo ni emplearlo adecuadamente, y que en esta vorágine perdemos de vista lo prioritario.

Para sensibilizar a la opinión pública y conseguir una mayor reflexión ciudadana sobre los usos del tiempo promovimos, desde la Fundación Independiente, la creación, en 2003, de la Comisión para la Racionalización de los Horarios Españoles. Esta comisión defiende una mejor gestión del tiempo e incide, de modo especial, en la necesidad de cambiar nuestros horarios y nuestros hábitos, que son singulares en relación con los de otros países europeos. Y, sin duda, manifiestamente mejorables.

En Alemania, Francia, Holanda o Italia, por ejemplo, se termina de trabajar a las cinco o las seis de la tarde y queda tiempo para desarrollar la vida personal y familiar. Por el contrario, en España, con esas prolongadas jornadas que se extienden a veces hasta la noche, los horarios nos obligan a llegar a casa muy tarde; a dormir poco y mal; a no tener tiempo para nosotros ni para compartirlo con nuestra pareja y nuestros hijos, y mucho menos con otros familiares y amigos...

Es una realidad que quienes viven en ciudades con una dimensión razonable disfrutan de unos horarios más racionales y humanos que aquellos que vivimos en macro-urbes en las que las dificultades para conciliar la vida personal y familiar con la laboral es mucho más difícil. Ciudades más humanas, aquellas que no superen los 100.000 habitantes en las cuales el hombre o la mujer que trabajan por la tarde pueden ir a casa a comer, paseando, y almorzar con su familia, algo impensable para los trabajadores madrileños o barceloneses. No acostumbran a tener grandes distancias entre el lugar de trabajo y el de residencia, ni suele haber atascos de tráfico... Se disfruta de una cierta tranquilidad, de un ocio diferente y sosegado...

No obstante, las propuestas que hemos formulado desde la Comisión Nacional abarcan las veinticuatro horas y a todos los ciudadanos, incluidos los de poblaciones menores, a los que también les afectan los inconvenientes de los horarios españoles. Pienso, por ejemplo, en los horarios de determinados programas de radio y televisión, que comienzan demasiado tarde y terminan de madrugada, y que son los mismos para toda España, con su repercusión en las horas de sueño y en la mayor siniestralidad laboral y de tráfico; o en la necesidad, común a todos los núcleos de población sea cual sea su tamaño, de coordinar los horarios laborales con los escolares.

La Comisión Nacional plantea que, de lunes a jueves, la jornada laboral comience entre las 7:30 y las 9:00 horas y finalice entre las 16:30 y las 18:00, con un descanso al mediodía de 45 a 60 minutos, tiempo suficiente para almorzar, e incluso echar una breve siesta; y que los trabajadores dispongan de la tarde del viernes libre.

Igualmente, aconsejamos un desayuno fuerte entre las 7:00 y las 8:30 horas, un almuerzo ligero entre las 12:30 y las 14:00 y una cena suficiente entre las 19:00 y las 20:30, como pautas generales que cada uno debe adaptar a su propia actividad y requerimientos. Seguimos así el dicho popular de ‡2desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo, porque los desayunos escasos afectan al rendimiento escolar o laboral, y las cenas tardías y excesivas perjudican a la salud. Y creemos conveniente levantarnos entre las 6:00 y las 7:30 horas, y acostarnos entre las 22:30 y las 24:00.

También pedimos que las cadenas de TV adelanten su programación --sugerimos que los noticiarios se emitan de 19:00 a 20:00 horas y que los programas de máxima audiencia terminen antes de medianoche--, así como los cines y otros espectáculos; que exista mayor consonancia entre los horarios laborales, escolares y comerciales; que se dé preferencia en los centros de enseñanza a la cercanía de domicilio de los alumnos; que las empresas ayuden a los trabajadores a que su vivienda esté próxima a su trabajo; que se mejore el transporte público; y que se desarrolle una política realista de guarderías y centros de día para personas mayores y/o dependientes. Todos debemos convertir nuestro tiempo en optimismo y alegría compartida, y no dedicarlo a proyectar sobre los demás nuestra frustración. Hemos de convertir la puntualidad en una exigencia ética, y no llegar tarde a las citas y reuniones: el tiempo de los demás merece ser respetado tanto como el nuestro. Aprendamos, asimismo, a distinguir lo importante de lo accesorio. Y, en definitiva, valoremos cada minuto del hecho radical de la existencia, porque en eso consiste el arte de vivir.

(*) Presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles y de ARHOE.