Un complot asesino me vuelve a la memoria estos días: los idus de marzo. Y aunque lejos está César y aquel año 44, un complot está orquestado en nuestro panorama nacional. No es una conjura de senadores, porque los senadores españoles no están para eso --ni para casi nada--; nuestro particular escenario que se manchará de sangre se compone de 350 sillones para 350 asesinos. Y la víctima: ¿no es evidente? Esos verdugos elegidos por el pueblo buscan ansiosos cómo abrir las carnes al Estado hiriéndolo sin remedio y a la espera de verlo caer funestamente. Y con él, todos nosotros detrás. Ensalzaban aquellos senadores romanos magnicidas el amor a la república, una amor por el que todo valía y que escondía la pérdida de su poder y estatus ante un Julio dictador. Querían ennoblecerse salvando un imperio pero, sobre todo, salvándose a ellos mismos y su grandeza. ¿Son acaso nuestros diputados salvadores de la patria por dejar este sin gobierno? Defiende cada cuál su causa a favor de España, o eso fingen, pero realmente quieren sacrificar este país a la deriva en un altar para su propia gloria. Y no solo eso, no es solo el Estado el chivo que se va a sacrificar, también los ideales, de izquierda y derecha, que se están sangrando al personalismo infame y, sí, también tiránico. Porque en estos idus hay muchos Césares que no morirán porque son lo mismo que conjuran.