Las múltiples declaraciones de los denominados derechos fundamentales proclaman la igualdad como elemento sustancial del que armar cualquier sociedad, que se posiciona como democrática. Pero no siempre esa igualdad en el acceso a bienes y servicios esenciales es real y tiene que ver con donde una nace y donde una se asienta como ser social. Y esto es realmente desesperanzador cuando observamos en los medios de comunicación esa movilización de personas huyendo de sus países, ante las incertidumbres creadas y la falta de igualdad entre sus conciudadanos.

Y ante todo ello las sociedades y países receptores de estas personas se les crea, ciertamente, todo tipo de resquebrajamiento respecto a esas convicciones del mundo globalizado, que parece haber sido capaz de romper con fronteras o liberalizarlas en lo que tiene que ver con las mercancías, y menos, por lo que suponen los flujos de población, respecto a los ciudadanos. De hecho, en la Unión Europea, magnífico escenario de ensayo de esa globalización, empiezan a darse atisbos de limitación de fronteras, cuando parece ser aquello tiene que ver con identidades, que quieren ser sustentadas, básicamente, en estrategias de balances económicos.

Las fronteras antes bastiones territoriales se han convertido en nuestros días en status entre personas. La estigmatización al emigrante puede convertirse en un reflejo de prejuicios. Porque nadie duda de lo positivo de la mixtura entre personas, culturas y realidades históricas. Lo que ocurre que el efecto globalización se ha decantado por lo económico, a nivel de operaciones mercantiles, frente a otro tipo de aspectos. De hecho, si se atestigua el trabajo de las grandes organizaciones del comercio internacional han sabido posicionarse en una especie de estados supranacionales, frente a la capacidad territorial de los estados. Y ahora cuando las personas buscan ese refugio, esa huida a casi la nada, las organizaciones supranacionales humanitarias y los países que la estructuran se muestran incapaces de romper con las mafias internacionales que se lucran con el tráfico de personas.

Es el fracaso de la sociedad global frente a lo que hoy es como una especie de encrucijada entre estados y ciudadanos, frente a los flujos migratorios. Y un cuestionamiento social respecto a qué hacer ante tales magnitudes. Los medios de comunicación social nos descubren todas esas latitudes, el reguero de personas que huyen desde las fronteras, por ejemplo, de Venezuela a países fronterizos ante el hambre, la humillación, el empobrecimiento, y el caos de un país que se consume por el totalitarismo. O aquellos otros países, los que siempre denominados del África pobre que sucumbe frente a sistemas dictatoriales, corruptelas, y pobreza absoluta, llegando a suponer la indignidad del ser humano.

El stop al que debiera hacer frente la comunidad internacional tendría que empezar por ese diseño de la nueva globalización, que si un día supuso el remanso futurible de una Humanidad, que pretendía sacudirse conflictos bélicos, hoy se ha mostrado casi inerme al hecho migratorio, como desafío de la comunidad internacional y de los países y sus gobiernos; en la mayoría de los casos, despojados de capacidad decisoria para romper con la indignidad a la que están sometidas millones de personas en su huida hacia un lugar que les garantice sus derechos como personas.

* Abogada