Unas imágenes captadas casualmente por las cámaras de seguridad de un tren de Barcelona, han reabierto una herida en la conciencia de nuestra sociedad, y aunque ha sido la excepcionalidad de este hecho la que las convierte en llamativas, se impone una seria reflexión sobre el nivel de tolerancia de un país que cuenta con más del nueve por ciento de población inmigrante, también sobre la existencia de esa otra realidad marginal que se desarrolla en los substratos más débiles de una sociedad a la que preferimos ignorar.

El oportunismo de la cámara ha sido el testigo más fidedigno de unos hechos que han encendido todas las alarmas, ya que muchas de estas agresiones y vejaciones permanecen silenciadas al producirse en lugares poco transitados, lejos de testigos oculares o donde éstos miran bochornosamente hacia otro lado, y no salen a la superficie en forma de denuncia por temor a posteriores represalias, o porque algunas de las víctimas tratan de esquivar a la justicia para evitarse problemas en materia de legalización.

De estos hechos se desprenden una colección de despropósitos que convergen en un punto en común que es el de la indignación, indignación ante un agresor que amparado en la soledad traicionera de un vagón semivacío, elige a una inmigrante anónima que viaja sola, desprotegida e incapaz de oponer resistencia, indignación ante la pasividad de los escasos testigos dominados por un mutismo inexplicable, indignación a la hora de afrontar la responsabilidad que se deriva de sus propios actos, cuando tuvo la desfachatez de utilizar como eximente el haber actuado bajo los efectos del alcohol, cosa que no era cierta si nos atenemos a las declaraciones de la víctima, indignación ante la altanería vacilona y cínica que empleó ante los medios de comunicación, con la que se hizo un flaco favor a sí mismo, comportándose más como una de esas estrellas casposas que alimentan el morbo mediático, que como alguien que se siente de verdad arrepentido.

Sorprende que este joven no pertenezca a ningún movimiento ultra, que no esté relacionado con ningún tipo de organización o banda callejera, que no actúe bajo la directrices de alguna ideología concreta, que no tenga antecedentes violentos, sino que se trate de un lobo solitario, un sujeto perteneciente a un ambiente social desestructurado, que tuvo una infancia difícil, a resultas de la cual ha estado sometido a tratamiento psicológico durante diez años, siendo el autor material de varios actos delictivos, en definitiva uno de los muchos jóvenes que forman parte del paisaje urbano de cualquier gran población.

Este joven se comportó con la avidez de una rapaz que lanza sus garras inmisericordes sobre la presa, sin que mediara conversación alguna, como movido por un impulso espontáneo de ira impremeditada, tratando de demostrarse a sí mismo un dominio y una superioridad de la que probablemente carece, descargando sobre la joven una agresividad que solo puede ser fruto de un cúmulo de frustraciones, pretendiendo causarle de un modo gratuito un daño físico y una crueldad mental irreparable, emulando aquella otra gesta que no hace mucho perpetraron en esa misma ciudad otros jóvenes, quienes en un cajero automático a sangre fría, rociaron con un líquido inflamable el cuerpo de una indigente a la que posteriormente quemaron sin otro motivo que el de dar rienda suelta a sus bajos instintos.

XTAL VEZx la crudeza y la profusión de estas imágenes haya sido el detonante para que el problema empiece a calar de una forma subliminal en la conciencia de una sociedad adormecida, hasta aproximarla a un estado de sensibilización, porque este exhibicionismo mediático va poniendo nombre y rostro a cada uno de sus más pavorosos fantasmas, porque se empieza a constatar que cualquiera de estos actos repudiables, pudieran producirse el día menos pensado en nuestro entorno inmediato; por eso ahora se pide que se endurezcan las sanciones, que se reforme el Código Penal, que estos hechos sean tipificados como delitos y no como faltas, que se termine con la consideración de chiquillada para actos que esconden una intención de agresividad desproporcionada.

Algunos achacan este clima de violencia a la falta de autoridad, pero la justicia a actuar con arreglo a la legalidad vigente, sin dejarse llevar por ningún tipo de presión política o de linchamiento mediático, no es justo que existan casos como el de una víctima del racismo que ha quedado parapléjico y al que ni tan siquiera han tomado en consideración, porque tuvo la desgracia de no ser grabado por una cámara, mientras que ahora queremos limpiar nuestra conciencia cívica pretendiendo actuar bajo una nueva forma de lapidación.

El racismo en España no es un fenómeno generalizado, pero esta quiebra de la convivencia que ahora empieza a dibujar sus primeros síntomas en el horizonte, esta incompatibilidad mostrada por algunos de vivir o de tolerar a los distintos, conviene que esté bajo control, para ello es preciso tomar cuantas medidas sean necesarias en evitación de que este fenómeno pueda llegar a desbordarse y crear un auténtico problema de desintegración social, antes de que sea imposible reconstruir el edificio quebrantado de la convivencia.

*Profesor