No creo que haya pacto de la carrera de San Jerónimo, calle donde está el Congreso de los Diputados. Imposible con quienes se sientan con intenciones manifiestamente contraria a ello. O al menos no un acuerdo general como el que hubo a modo de los Pactos de la Moncloa.

Andamos aún políticamente con el hándicap de que los dos principales partidos de la derecha, PP y Vox, continúan sin haber pasado el duelo de las cinco derrotas electorales que tragaron el año pasado; no aceptaron los resultados, uno tras otro, y ni siquiera se sentaron a dejar gobernar para ver, como se aguarda en política, pasar delante de ellos el cadáver del Gobierno desgastado.

Y no es porque no hagan falta unos consensos de Estado, ahora más que nunca, seguramente en estos momentos más que nunca porque la situación política de enfrentamientos guerracivilistas y el mayor rescate económico al que tendrá que hacer frente España así lo exigen.

Para empezar ha habido línea roja; roja, qué paradoja. Nada del palacete presidencial monclovita sino el templo de la soberanía española, Congreso de los Diputados, exigencia que realmente tiene su sentido y ha sido aceptada por los partidos de la coalición gobernante, PSOE y Unidas Podemos.

Tiene su sentido si estamos hablando de una oferta sincera, porque si en el fondo se pretende un reventón, usar los salones de la soberanía popular para llevarlo a cabo, es bastante peor ejemplo que hacerlo en las salas de la residencia de un gobernante al que siempre podrías haber acusado de mal huésped y haberte echado con sus malas maneras.

No habrá pacto posible con PP y Vox, formaciones que aceptan a regañadientes sentarse con PSOE, con Unidas Podemos, con Ciudadanos, pero afirmando de antemano que lo están haciendo con quienes «quieren romper España». Si no hubiera sospechas anteriores, del intento de hacer volar el edificio desde dentro, esa es otra muestra: ¿realmente alguien toma asiento para llegar a algo con alguien a quien descalifica a fondo antes de escucharle?

Habrá que adoptar, desde el otro lado, no la legendaria paciencia del santo Job, sino la del doctor Fernando Simón que con su templanza y casi dulzura le ha superado como ejemplo proverbial de paciente.

Por fortuna alguien ha recapacitado algo, por fin, se sienta sin grandes condiciones ni exigencias previas, como debe reclamarse a todos y cada uno de los llamados al ‘Pacto de Reconstrucción’, y no solo demuestra actitud de forma verbal sino con hechos.

Es Ciudadanos, y debemos felicitarnos todos de que al menos parte de la derecha se calme, civilice, y caiga en la cuenta de que no solo por necesidad del país, que ya sería una llamada inexcusable, sino por estrategia y táctica electoral, es no lo mejor, sino lo único en el caso de los naranjas.

Ciudadanos se dejó arrastrar, o Rivera lo hizo voluntariamente, a ese extremo del hemiciclo político en el que el PP sigue cautivo de la ultraderecha, en un intento que salvo para esta última ha sido desastroso y sobre todos para quienes, teórica y realmente, más se escoraron, que son estos «liberales» según sigue definiendo Inés Arrimadas.

Bueno, si no es posible con el PP, que sea al menos con Ciudadanos; que los acuerdos incluyan a parte de la derecha, no solo esa tan inteligentemente poliédrica del PNV vasco, que quizá sufre algún vértigo ideológico al haberse quedado casi solos en España en la derecha centrada, lo que explica a veces sus advertencias para no quedar retratado junto al bloque de izquierda.

Casado parece que no tiene vuelta atrás. Llegará hasta las elecciones de, probablemente, 2021, pero no sé si más allá. Aquí, en el hemiciclo parlamentario autonómico de Mérida, Ciudadanos sigue pulcramente la línea en la que se instala ahora ese partido, y ha sido el más permisivo con la convalidación de los decretos ley de emergencia que ha ido presentando la Junta.

* Periodista