Hay algunos factores que hacían que el 8-M de este año fuera diferente al de anteriores ediciones. Uno de ellos es la epidemia de coronavirus, que podía frenar la afluencia de personas a las manifestaciones que se han convocado, por el temor a un contagio. La expansión mundial del covid-19 ha empujado a ciudadanos, empresas e instituciones a extremar las medidas de precaución, e incluso se han suspendido congresos, actos deportivos y otros acontecimientos masivos. Entraba, pues, dentro de la normalidad que las acciones feministas del 8-M no han sido tan multitudinarias como en otras años.

Otro factor distintivo tiene que ver con el calendario: que la jornada reivindicativa fuera en domingo desincentivó la convocatoria de una huelga feminista a nivel estatal. Por ello, el 8-M fuer menos vistoso en las calles, pero el mensaje feminista sigue vivo y vigente. Hay razones de sobras para reivindicar la igualdad. Las noticias que recibimos a diario, desde los asesinatos machistas hasta la brecha salarial o los casos de acoso como los admitidos, tras su mea culpa, por personajes como Plácido Domingo, bastan por sí solas para seguir en esta batalla. Ni el coronavirus ni el hecho de que el 8-M cayera en domingo restaron un ápice a la fuerza de la reivindicación.

El Día de la Mujer de este año ha coincidido además con la flamante aprobación en el Consejo de Ministros de la ley de violencia sexual. Al margen de interpretaciones políticas, esta ley es una de las manifestaciones más claras de lo que puede lograr el activismo y la lucha feminista. Sin la presión social y la indignación que despertó la primera sentencia de la Manada, que calificaba de abusos lo que finalmente el Supremo acabó considerando violación, no se habría producido el cambio legislativo que pone en el centro el consentimiento expreso a mantener relaciones sexuales. En definitiva, que solo sí es sí.

Este avance se ha visto empañado, no obstante, por el enfrentamiento entre los dos socios del Gobierno de coalición, PSOE y Podemos. Las desavenencias entre los ministerios de Igualdad y de Justicia, avivadas con la acusación de «machismo» de Pablo Iglesias a este último, hizo que la bronca política arrebatara el protagonismo al contenido de la ley.

La división dentro del Gobierno no es la única que, lamentablemente, vista este 8-M. El movimiento feminista se halla fragmentado en múltiples frentes, gastando energías en batallas internas, ignorando que para conseguir los cambios profundos que necesita esta sociedad hay que ir todas a una.

Un repaso a las discriminaciones de género que se siguen perpetuando demuestra que no podemos bajar la guardia. Las estadísticas indican que las mujeres tienen más riesgo de caer en la pobreza y que acaparan los empleos precarios. Que aumentan los crímenes machistas (55 asesinadas en España el 2019, la cifra más alta en los últimos cinco años). Que apenas hay científicas liderando proyectos que sirvan de referente a niñas y jóvenes. Pero también hay logros: la mencionada ley del sí es sí o la ampliación del permiso de paternidad (que facilita la conciliación). Mientras algunos reaccionarios se revuelven por mantener los privilegios de un sistema patriarcal desfasado, la ola feminista avanza imparable.