No todo son malas noticias. Ahí está el informe de la ONG alemana Transparencia Internacional (TI), publicado hace unos días, donde quedamos retratados como el segundo país del mundo donde más ha aumentado la percepción de la corrupción, detrás de Siria. ¿La buena noticia? Que Siria está aún peor. Quien pensaba que vivimos en el país más corrupto del planeta estaba equivocado. En esta hamburguesa económica-política que padecemos, donde están adulterados el pan, la carne, el tomate y el queso, los sirios le añaden un complemento aún más indigesto: el chile picante. Alegrémonos pues: aún podemos presumir de ser la envidia de un país que se desmigaja en una interminable guerra civil. Montoro , De Guindos , Rajoy y compañía pueden dormir tranquilos: en Siria, con tanto tiroteo y tanto cadáver, aún se vive peor.

Es cierto que la corrupción campa a sus anchas en España, pero no hagamos drama. En nuestra historia reciente hemos superado tres guerras carlistas, dos dictaduras, una guerra civil, decenios de terrorismo de ETA y varias crisis económicas. Y aquí seguimos, incombustibles. El mismo año en que nos endosan el anuncio de la lotería más bochornoso que recordamos, en Sort, Lleida, la gente hace colas de diez horas para comprar un mísero décimo de lotería. La conclusión parece inevitable: España es un país tozudo que respira por la herida, un país al que solo le falta un poco de sort (suerte) para comerse el mundo.

Si Transparencia Internacional publicara un informe sobre los países más tercos, quedaríamos en el primer lugar. Y es que además de corruptos, ay, somos inasequibles al desaliento.