Basta ya de pesimismo. Me cansa tanto lamento. Me abruma tanto fatalismo. Me destruye tanta conclusión finalista. Seguramente, parte de culpa la tengamos los miembros de los mass media encargados de transmitir los acontecimientos del día a día. El ansia por un titular destacado o por señalar a los responsables, nos lleva en ocasiones a ofrecer una realidad desconfigurada. Por ello los ciudadanos, lejos de distanciarse de la información de actualidad, deben profundizar en el entorno que les rodea para conocer las posibilidades de desarrollo que les ofrece en este caso, Extremadura. Un oficio aventurero que requiere cuanto antes ahuyentar el miedo que hiberna en nuestro ánimo desde hace ya cinco largos años.

Llevamos demasiado tiempo instalados en la penumbra social, económica y cultural. Lo que antes era derroche a tutiplén, ahora se ha convertido en ahorro desmesurado y pavor por el gasto, incluso en aquellos que se lo pueden permitir. Pero cada vez más gente opina que no es posible prosperar mientras estremos hundidos en la tristeza. Mucho menos sin ir al psicólogo o sin intentar poner remedio a la depresión. Cinco años de crisis esperando ese truco de magia que arregle este desaguisado, esperando esa solución que llegue desde fuera, desde Moncloa o desde Bruselas, de los empresarios de aquí o de los empresarios de allá o esperando también que llegue la inspiración a la agenda setting de nuestros representantes políticos.

Pero nos equivocamos rotundamente si basamos nuestra actuación en el pesimismo, en la pasividad, en el lamento y en el desencanto. Echar la culpa a los demás es un recurso tan fácil de utilizar que a su vez sólo genera frustración y más paralización. No se trata de dejar a un lado nuestra función de vigilantes de la acción política que como ciudadanos hemos adquirido como derecho y como deber. Consiste en cambiar el chip de nuestra forma de vida. Cambiar el argumento de la película que ahora vemos como espectadores y convertirnos en actores de una trama sin desenlace final. Adaptar el guión que nos habían escrito no es ni mucho menos tarea simplona. Pero las exigencias de un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos deberían ser más fuertes que cualquier prima de riesgo, déficit asimétrico o deuda histórica.

XHASTA AQUIx hemos llegado gracias a nuestro esfuerzo y al de nuestros antepasados que de una tierra fértil lograron levantar en apenas tres décadas la Extremadura que hoy contemplamos. Si alguien pensó que nuestra región ha dado todo el fruto que podía dar, está equivocado. Su rentabilidad está aún por explotar. Somos los primeros productores de tomate, de tabaco, de arroz, de fruta, de corcho o de energía.

Tenemos la mayor reserva de agua dulce de España en forma de ríos, pantanos, piscinas naturales y gargantas. Nuestros espacios naturales y rurales conservan todavía la fuerza de su estado virgen. De nuestra universidad salen cada año miles de estudiantes capaces de competir en cualquier otro mercado. A la frontera con Portugal le queda aún mucho camino por recorrer.

Ejemplos como tantos otros que escribir sobre esta comunidad autónoma que debe encauzar con obsesión el trayecto 2020. Los fondos europeos están a la vuelta de la esquina y no podemos dejarlos escapar. Ya no serán la subvención del pasado. Su destino estará ligado necesariamente a una inquietud personal o empresarial que aporte valor añadido. Se acabaron las escusas. Las ideas y el espíritu son nuestras claves de desarrollo. Por otro lado, aún hay gente en Extremadura capaz de consumir y mover la economía. Parte responsable e imprescindible de este cambio del lenguaje. Un cambio de actitud previo y necesario al cambio de modelo productivo.