Se acerca la vuelta al colegio y la inquietud crece en las familias. La tardanza en los acuerdos para el retorno a las clases, los muchos flecos por concretar, el temor a un nuevo confinamiento y la dificultad para conciliar pandemia, trabajo y paternidad son las principales preocupaciones que los padres. A todos los interrogantes compartidos se suman las particularidades de cada familia y del centro educativo de referencia. Dudas sobre cómo se adecuarán algunas escuelas a la ratio indicada de 18 o 20 alumnos por aula. Dudas sobre qué ocurrirá si los pequeños entran en cuarentena o si es el profesorado el que debe mantenerse confinado. Y, sobre todo, dudas de cómo la situación puede afectar el equilibrio emocional de los niños y las niñas.

Resulta difícil asumir tanta incertidumbre. Aunque hay voluntad de comprensión, sobrevuela la sensación de que la infancia ha sido la gran olvidada. Las familias requieren mayor implicación de la Administración. A falta de certezas sobre la evolución del virus, resulta obligado trazar planes que contemplen los diferentes escenarios. La improvisación no puede marcar algo tan fundamental como la educación. H