La investidura de Pedro Sánchez, que se esperaba para ayer (la Mesa del Congreso no habría reservado los días 28, 29 y 30 previsoramente, «por si acaso», sino que tenía la certeza), será una investidura inmoral, que tal es el ruido de fondo que percute desde que se supo de la negociación con ERC. Una inmoralidad por contagio, cabría decir, ya que inmoral solo parece haber sido la negociación, por ser con un partido condenado por sedición contra el Estado y por ceder a que el Estado avalara, a través de la Abogacía, la excarcelación del líder de ese partido.

Cronológicamente, la investidura estaba ya negociada cuando intervino el Tribunal de Justicia Europeo para dar al Tribunal Supremo español (como si este no fuera parte de aquel, por cierto) una lección de derecho sobre cómo y cuándo se adquiere la condición de eurodiputado. A partir de ahí, la investidura, que sería «antes de Reyes», según reconocía este viernes la ministra Isabel Celaá, (de)pendía de la Abogacía del Estado, que debía pronunciarse sobre la inmunidad de Oriol Junqueras y debía hacerlo no solo cuanto antes («hay tiempo físico», apremiaba Celaá) sino de conformidad con las partes. Ayer por la mañana se conoció el informe de la Abogacía (la cual se habría pronunciado preventivamente el domingo por la tarde al reivindicar su independencia con respecto a la decisión sobre el eurodiputado, sin que se lo pidieran) y, por la tarde, ya se presentaba el acuerdo de Gobierno.

¿Será una investidura inmoral porque la negociación se considera que ha sido inmoral? Parece razonable, desde luego, esto de que las cosas se contaminen unas a otras. Pero también parece razonable, en este caso, la confusión entre inmoralidad y clandestinidad, a partir de la evidencia de que la negociación, sí, ha sido declarada y descaradamente clandestina, escandalosamente clandestina, incluso oficialmente clandestina. Una negociación para formar gobierno exige claridad, información, publicidad, y esta ha sido clandestina. ¿Por mala conciencia? Sin duda, pues se sabía qué se negociaba. Pero la mala conciencia nada tiene que ver con la inmoralidad, o no siempre. Baste un ejemplo: votar socialismo no es inmoral, aunque a veces cree mala conciencia.

*Funcionario.