Yo no necesito que me expliquen la historia los clics de Playmobil, pobres, que no pueden ni doblar las rodillas, y encima los colocan al lado de un fascículo que seguramente cuenta la Edad Media de forma divertida, el adjetivo de moda ahora en cualquier texto educativo. Me pregunto qué harán con el Holocausto o la Guerra Civil, si también los pobres clics tendrán que contarnos textos lúdicos y festivos.

Pero me estoy yendo por las ramas. Es septiembre. Y yo no necesito construir un tanque en tamaño natural, ni aprender italiano, ruso o portugués en cómodos fascículos que dormirán el sueño de los justos sin ser abiertos nunca. No necesito los cartelones que me reciben desde el uno de agosto anunciándome la vuelta al cole y que debería comprar ya unas zapatillas de paño o un chándal de tejido polar, cuando están cayendo cuarenta grados a la sombra.

Tampoco necesito que me cuenten cada hora el tiempo que va a hacer mañana, y que me adviertan de que es agosto y no debo hacer deporte a las cuatro de la tarde. Ni que luego vuelvan a contarme cómo superar el síndrome de la vuelta a casa. O que me repitan lo malo que es septiembre para los matrimonios y me den consejos para llevarme bien con mi pareja.

Ya estoy harta de banalidades. Quiero encender la tele, abrir un periódico o escuchar en la radio que los políticos de este país por fin se han puesto de acuerdo para contarnos qué va a pasar con la educación, la sanidad, el empleo, la renta básica, los refugiados o la corrupción. Que han dejado esa actitud de vuelta al cole y de patio de colegio, que ya no se ríen como niños de primaria durante la investidura y que han comprendido que ya está bien, hombre, vamos a dejarnos de tonterías, vamos a sentarnos, nosotros que sí tenemos rodillas, no como los clics, y vamos a hacer historia, no de la divertida sino de la necesaria, que ya va siendo hora.