Una de las principales preocupaciones de la economía española antes de integrarse en el euro era la tendencia alcista de los precios, en algunas ocasiones desorbitada, hubiera o no crecimiento que lo justificase. Esta constante pareció desaparecer en los últimos años, con precios estables en una economía en crecimiento más o menos moderado. Hoy empieza a no ser así. Aumenta cada vez más el número de familias que sienten que las cifras oficiales de inflación, medida por el precio de los bienes y servicios del consumo, no se ajustan a su contabilidad mensual.

Hay que descartar, de entrada, que el Indice de Precios al Consumo (IPC) esté mal calculado. La cifra no es más que un retrato de una hipotética familia media española, elaborado a partir de cientos de miles de datos parciales. Ello no es óbice para que todo ese complejo proceso de cálculo choque con la realidad de millones de familias, cuyo gasto en hipoteca (que no entra en el cálculo del IPC), gasolina, luz y alimentos ha aumentado, en un ejemplo tipo, unos 80 euros al mes frente a una subida salarial de 50 euros.

Esta brecha es un mal síntoma, con independencia de las cantidades reales. Cerramos el trimestre con una estimación de la inflación española cercana al 3,6%, un punto por encima --diferencia también tradicional-- de la media europea. Lo malo es que se da en un contexto de altas cifras de paro y crecimiento menguado. Esto sí que nos diferencia, de verdad, del resto de países del euro, lo que puede agravarse si se cumple el aviso de los rectores del Banco Central Europeo (BCE) de que en abril subirán los tipos de interés, después de meses de estancamiento, con sus repercusiones en empresas y precios.

No todo es atribuible a los precios del exterior, con el petróleo y el trigo como los más emblemáticos. Es en el funcionamiento del mercado interior donde se pueden buscar paliativos al desgaste del bolsillo familiar. Las empresas de servicios están demasiado instaladas en la contradicción de pedir más liberalización y a la hora de la verdad mantener precios sospechosamente iguales, sea en las gasolineras o en los tipos de interés de los bancos.

Con motivo de la última reunión mantenida en la Moncloa entre el presidente del Gobierno y los grandes empresarios de nuestro país, se dijo que los patronos representaban la mitad del PIB español. La otra mitad, podría alegarse, deben ser las familias endeudadas que merecen más atención de unos y otros.